Qué
viva el fútbol
La
escuela y las pasiones
1-
Escuela futbolizada
Entro
al aula. Lunes doce del mediodía. Ciudadela. Hasta las trece dando sociología.
Quinto año. Saludo a todos. Hablo con unas pibas de adelante que vienen a
saludar. Espero un toque para empezar. Mientras, saco las cosas. Y llega el
momento:
-Bueno
chicos, saquen la carpeta
-
Nooooooo!!!!, ruge el coro de siempre.
-Yo
me río. “Vamos chicos, vamo”
-“Hoy
no hagamos nada profe”, dice Stefano. “Vení, hablemos de fútbol”
La
escuela esta descolarizada. Los chicos que van a la escuela no actúan como
alumnos y los profesores no pueden enseñar como dicen los manuales de la buena
escuela –sea tipos fachos o progres, lo mismo da-. La escuela: una institución
que ya no escolariza, y si lo hace, todo medio a los ponchazos. Sin embargo, es
un lugar donde pasan cosas. Incluso, actos de aprendizaje.
Una
de estas cosas que pasan en la
escuela es el fútbol. Vidas futbolizadas; de los pibes, seguro, pero nuestra
también. Si hay un hilo conductor intra- generacional entre nosotros y los
pibxs es la futbolización de la vida (que si bien se encarna mayoritariamente
entre varones, las pibas se van sumando a este continente existencial…).
Decimos
vida futbolizada porque el fútbol está siempre ahí: la cancha, partidos entre
amigos, la play, programas deportivos, pilcha, grupos del feis, charlas en
cualquier lado. Motivo de conversación, gastada, intercambio de información, alegría;
el fútbol es un tema. Pero cuando hablamos de vida futbolizada vamos un poco
mas allá: el fútbol genera formas de expresión (maneras de hablar, reírse,
mover los brazos, agitar); fábricas conceptuales (sueldos europeos, pechear,
vender humo); y modelos valorativos (mala leche, llorón, tira bomba). La futbolización
hace del fútbol una usina de afectos que configura formas de vida.
Por
eso el fútbol no aparece en la escuela exclusivamente como algo que los chicxs hacen
en gimnasia, un problema de investigación de alguna materia, o lo que se charla
algún ratito con un profe copado. El fútbol es un ethos, una atmosfera pasional
que envuelve los cuerpos plasmando expresiones, conceptos y éticas. Ahora se
entiende cuando decimos que la futbolización pasa en las escuelas; los colegios son inundados por sensibilidades
que no se dejan encuadrar bajo la norma escolar. Dentro de ese caudal salvaje,
viene la futbolización de nuestra existencia.
Año
2014. Jornadas mundialeras. Juega Argentina. Las escuelas ponen pantallas en
los patios y televisores en las aulas (haber si los chicos faltan a clase…).
Con el barniza didáctico de un momento de excepción festivo para que los pibxs
disfruten y hagan algo juntos, se acepta el cambio de calendario. Pero la
excepción es otra. Lo poco común no es que se suspende la escolarización al abrir
la escuela al fútbol, sino que la futbolización irrumpa escolarizada (muchos
pibes no se juntan a verlo en la casa sino que lo ven en la escuela bajo la manera
impartida por el colegio, lo cual habla en este caso de una escuela como morada).
2-
Escolaridad, entretenimiento y traducción
En
la escuela clásica el entretenimiento era la forma de ocupar un entre.
Entre
momentos firmemente estructurados de una rutina en serie, había tiempos de
descanso. En ese descanso algo había
que hacer. El recreo es el máximo ejemplo. Momento rutinizado donde había juegos,
carcagadas, cuerpos que corrían… Espacios
de desconexión para tomar una bocanada de aire y cargar energías.
Durante
la estadía áulica también había entre-tiempos. En el aula había un tiempo de trabajo -leyendo, escuchando
al profe, haciendo algún trabajito-, tiempos
muertos –lapsus fugaces como sacar la carpeta, buscar una lapicera,
terminar temprano la clase-, y tiempos libres
–faltó el profesor, últimos días del año-.
En
los tiempos muertos y libres, esos instantes se ocupaban con actividades que funcionaban
como entretenimiento: jugar a las cartas o lo que sea, hablar de cualquier
cosa, moverse por el aula… El problema era la expansión de esos instantes y su
invasión a otras geometrías temporales –los tiempos de trabajo-. Ahí eran leídos
como joda y se recortaban en pos del aprendizaje, del trabajo en serio.
En
la escuela de hoy los pibes hacen la suya. Copan. El entretenimiento se expande
a límites insondables. Tanto, que ya no es un entre-lo-que, sino casi-todo-lo-que-es.
Y la futbolización es parte esencial de este jolgorio.
En
los intersticios de esa aula entretenida hay porciones de la típica clase;
algunas más grandes, otras solo una pizca. Esto es importante: sabemos que
cuando hablamos de escuelas hablamos de una gran heterogeneidad. La
indiferencia a los ritmos y sus
fronteras tradicionales se juegan en diferentes niveles e intensidad. Negociar
con los pibxs media hora de joda para hacer algo al principio, o procurar que
no salgan del aula y se escapen y deambulen por la escuela todo el tiempo, son
escenarios distintos.
En
las coyunturas actuales es imposible que la escuela escolarizada se nutra de la
futbolización como algo ajeno que busca digerir para fortalecer su propio
sistema. Tampoco es posible que haya una traducción de la escuela a partir del
encuentro radical con ese otro futbolero en sentido de abrir nuevas derivas
insospechadas y trasformadoras de la estructura que organiza lo escolar.
Nuestra
hipótesis: si decimos que la escuela sufre una sangría de escolaridad entonces
no hay posibilidad de traducción en sentido de
hacer propio lo ajeno, de una reconfiguración del mapa escolar pero
manteniendo estables sus bases típicas. Pero menos todavía de un devenir
salvaje pos choque con la futbolización, activando su carácter mutante
modificando sus coordenadas tradicionales.
Para
un caso o el otro, debería existir una diferencia entre la escolarización y la
futbolización, un pliegue interno propio de la escuela que se distancie en su
dinámica de un afuera futbolero. La escuela y el fútbol deberían ser
territorios contiguos, con un tráfico clandestino o reconocido oficialmente,
pero partiendo de geometrías diversas, cada una con sus propios códigos.
Lo
que tenemos es choque, mezcla alocada, capturas inesperadas…. Una sensibilidad social
como la futbolización que se diluye en las arterias gastadas de una institución
arrasada. Una escuela que no escolariza, pero que parte de una lógica que si
bien no funciona, presiona. Y en ese accionar sin eficacia -pero accionar que
no puede dejar de considerase ya que continua generando efectos -, hay fuerzas
que copan la escuela –de la futbolización hablamos-. Pregunta: ¿Qué hacemos
nosotros en medio de todo esto?
3-
Nosotros en las escuela futbolizada
De
ciertas miradas nos queremos desplazar con respecto a la futbolización de las
escuelas. La primera es aquella que expresa un asco por la misma. El otro día
una docente se quejaba de lo mal educados de algunos chicos por que gritan y golpean
la puerta del aula cuando llega para dar clase. No se da cuenta que es un
recibimiento copado, tribunero.
Tampoco
catalogarlo de pavada, lanzando esos latiguillos tan conocidos por todos: “acá
no se puede dar clase”, “no prestan atención, no escuchan”. Mentira. Se prestan
atención entre ellos y se escuchan lo que dicen entre ellos; muchas veces,
dentro del ethos futbolero.
La
segunda asimilación de la escuela sobre la futbolización que rechazamos, es la
del gesto valorarla como saberes previos, materia prima para darle vida a las
clases de siempre. Como dijimos arriba, se busca traducir la futbolización a
los términos escolares, los cuales están oxidados, y a su vez, muchos de sus
principios rectores, funcionen o no, son por lo menos cuestionables
–autoridades ortibas, centralidad absoluta de la palabra, etc.-.
Algo
importante: si bien cuestionamos diversas maneras de cómo la escuela se planta frente
a la futbolización, no moralizamos la misma bajo ningún aspecto; ni como algo negativo,
pero tampoco la bancamos linealmente. Sabemos de sobra que sobre futbolización
de la vida cabalgan el racismo, ilusiones
de estrellato narcisista y vida boba, machismo, humor sádico, el conocimiento reducido
a su faceta informativa, morales binarias que polarizan cualquier reflexión, y
más.
La
futbolización también recorre arterias extra-deportivas. Técnicos súper ganadores
como Bianchi, Bielsa, Ramón, que brindan charlas sobre liderazgo para grandes
empresas. Jugadores-ídolos protagonizando publicidades para multinacionales de
gaseosas o autos. Dirigentes que ungidos por el carisma proveído por el fútbol
se arrogan a la arena política: Macri, Raffaini, Russo, próximamente Lammens. Gestión empresaria, discursos mediáticos,
incursiones electorales: la futbolización es traducida una y otra vez por estos
mundos de lo social.
En el mismo ámbito del fútbol profesional los
pibxs son un interrogante. Las palabras de jugadores veteranos y encargados de manejar el
vestuario que se la pasan sermoneando sobre sus compañeros más púberes, son un
lamento corriente.
Como docentes sabemos que el rol de por si no
genera una relación con los pibxs; ese vinculo hay que armarlo. Artesanía que
se nutre de la materialidad de los afectos compartidos. Y nosotros constatamos una y otra vez que la futbolización es
una sensibilidad en común con el piberío.
El
desafío es cómo nos movemos nosotros en este contexto, bancando de una este
escenario sin caer en la reacción escolar
de la escuela, pero tampoco agitando una demagogia agilada ante las mareas
afectivas que fluyen por las aulas, que si bien contribuyen a crear y bancar un
vínculo con los pibxs, muchas veces esos encuentros quedan congelados en los
códigos futboleros mediáticos, sin dar pie a preguntas que incomoden nuestra
vida futbolizada como nuestra existencia en general. Pero de lo que estamos
seguros y que nadie nos corre, es que el desafío de armar movidas de aprendizaje
no escolares desde ondas emotivas como las futboleras, es un problema político
y pedagógico que buscamos pensar.