El
docente Ekeko
Ahí
van ellos, con sus carpetas en la mano, mochilas, maletines, carteras...
Cualquiera que trabaje como docente lleva en sus espaldas algunos de esos
accesorios, o todos esos. Los vemos pasar corriendo, con cierta torpeza para moverse con
esos colgajos. Llevan en sus cuerpos horitas de sueño nomás y litros de café.
Los vemos fumando un pucho en la puerta, o si es más prudente en la esquina,
casi siempre escapando del conglomerado de la sala de profesores.
¿Cuántos colgajos llevamos para entrar
al aula? Contamos con las fotocopias (propias y para los pibes: muchos de
ellos, sino todos, sabemos, no las van a comprar); planificaciones de clase que
casi seguro no vamos a usar; lapiceras varias; trabajitos y evaluaciones que
pasean de bondi en bondi y que con suerte corregiremos en alguna tarde de
domingo; películas para usar si la sala de video, única para toda la escuela,
está disponible; algún pendrive con planes A, B y C. Uno nunca sabe con qué se
va a encontrar.
Pero también llevamos otros recursos
para poner en juego. Apuestas. Ganas. Estamos ahí, y tomamos aire un segundo
antes de entrar con la expectativa de que algunas de estas tantas cosas que
pensamos para la clase de hoy sea posible de poner en juego, y con la
expectativa de que algunas de las mañas que cargamos entre nuestros colgajos
nos habilite algo más. Profes-ekekos, personificaciones de la abundancia de
disparadores que posibiliten diálogos, discusiones, cosas que pasen. Colgajos
que habiliten el campo de lo decible, de lo pasable... Profes ekekos,
hombrecitos o mujercitas orquestas.
El docente ekeko cuenta con la
¿capacidad? de saber (¿o de creer?) que alguno de todos esos colgajos que lleva
al aula funcionará: quizás alguna anécdota, un trabajo clásico, un recurso
novedoso, una improvisación... Mitad apuesta, casi acto de fe de ese pequeño
gurú con mirada viva, y mucho pero mucho trato con la suerte.
Y mitad también saber curtido de
combinar elementos y crear con lo que hay. Profes ekekos como un eterno llamado
a la fertilidad. Cargar con ese “lo que hay” en las espaldas, pero cargar a la
vez todo lo que se puede hacer con ese “hay” (lo ilimitado).
Ekeko, pequeño genio, de su lámpara algo
seguro surgirá… Entre los colgajos del docente ekeko están también las
expectativas de muchos. El ekeko carga deseos de otros. Objeto de culto, de
imploración, de muchos mandatos y de otros tantos “fijate vos…”.
Debe cumplir con las expectativas de los
chicos/as, de los otros/as profes (son muchos los que exigen una
forma-de-ser-docente), de la escuela, de los padres, etc. Debe lograr terminar
con el programa, con las jornadas especiales, con la entrega de notas. Debe
cumplir con las exigencias de los estudiantes: ser el/la profe copado/a que
permita cierto desorden áulico, pero debe saber también poner límites cuando la
situación lo requiere (“Profe hasta que no ponga 1 (uno) no se van a calmar”).
Debe además poder contarle a los padres cosas sobre sus hijos; “digamé profe,
mi hijo anda con alguna noviecita?”, “tiene amigos?”, “¿se porta bien?”.
Debe, debe… El docente ekeko suspira, es demasiado
enano su cuerpecito para tanta carga. Pero recuerda charlas con los pibes,
complicidades, encuentros y desencuentros, miradas, diálogos y confabulaciones
con otros ekekos como él… y echa mano a sus colgajos más íntimos, a sus deseos… (Estamos acá, algo pasa con nosotros
acá, y nos pasa algo con todo esto; ekeko sí, apóstol ni ahí… obvio que a veces otra no queda y
también es un laburo mas, pero nada de retóricas sufrientes y quejas por
doquier…).
Y prendido a la magia de los caminos, el
ekeko va…
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