Al lado de “educación” solemos escuchar una serie de palabras que van desde que “la cosa así no va más”, hasta que “hay que volver a la escuela que era antes”. Nosotros no vamos a confirmarlas ni desmentirlas. Lo que nos interesa es ver que onda: dar clase es un laburo, si, pero también es una intervención, una manera de componer y hacer mundo en un entorno precario. ¿Qué significa ponerse en conexión con ese territorio vivo que es el aula? ¿Hay una nueva forma de ser docentes? ¿Cómo operan ciertos saberes y códigos que arrastramos de otras experiencias, sean fuerzas generacionales o el género de cada uno? A partir de estas exploraciones urgentes, buscamos enlazar con otras reflexiones y secuencias vividas, para esbozar algunas ideas y puntas de las cuales seguir tirando...

miércoles, 18 de diciembre de 2013

El docente Ekeko


         

       Ahí van ellos, con sus carpetas en la mano, mochilas, maletines, carteras... Cualquiera que trabaje como docente lleva en sus espaldas algunos de esos accesorios, o todos esos. Los vemos pasar corriendo, con cierta torpeza para moverse con esos colgajos. Llevan en sus cuerpos horitas de sueño nomás y litros de café. Los vemos fumando un pucho en la puerta, o si es más prudente en la esquina, casi siempre escapando del conglomerado de la sala de profesores. 

         ¿Cuántos colgajos llevamos para entrar al aula? Contamos con las fotocopias (propias y para los pibes: muchos de ellos, sino todos, sabemos, no las van a comprar); planificaciones de clase que casi seguro no vamos a usar; lapiceras varias; trabajitos y evaluaciones que pasean de bondi en bondi y que con suerte corregiremos en alguna tarde de domingo; películas para usar si la sala de video, única para toda la escuela, está disponible; algún pendrive con planes A, B y C. Uno nunca sabe con qué se va a encontrar. 


       Pero también llevamos otros recursos para poner en juego. Apuestas. Ganas. Estamos ahí, y tomamos aire un segundo antes de entrar con la expectativa de que algunas de estas tantas cosas que pensamos para la clase de hoy sea posible de poner en juego, y con la expectativa de que algunas de las mañas que cargamos entre nuestros colgajos nos habilite algo más. Profes-ekekos, personificaciones de la abundancia de disparadores que posibiliten diálogos, discusiones, cosas que pasen. Colgajos que habiliten el campo de lo decible, de lo pasable... Profes ekekos, hombrecitos o mujercitas orquestas. 


         El docente ekeko cuenta con la ¿capacidad? de saber (¿o de creer?) que alguno de todos esos colgajos que lleva al aula funcionará: quizás alguna anécdota, un trabajo clásico, un recurso novedoso, una improvisación... Mitad apuesta, casi acto de fe de ese pequeño gurú con mirada viva, y mucho pero mucho trato con la suerte. 

         Y mitad también saber curtido de combinar elementos y crear con lo que hay. Profes ekekos como un eterno llamado a la fertilidad. Cargar con ese “lo que hay” en las espaldas, pero cargar a la vez todo lo que se puede hacer con ese “hay” (lo ilimitado). 


         Ekeko, pequeño genio, de su lámpara algo seguro surgirá Entre los colgajos del docente ekeko están también las expectativas de muchos. El ekeko carga deseos de otros. Objeto de culto, de imploración, de muchos mandatos y de otros tantos “fijate vos”. 



         Debe cumplir con las expectativas de los chicos/as, de los otros/as profes (son muchos los que exigen una forma-de-ser-docente), de la escuela, de los padres, etc. Debe lograr terminar con el programa, con las jornadas especiales, con la entrega de notas. Debe cumplir con las exigencias de los estudiantes: ser el/la profe copado/a que permita cierto desorden áulico, pero debe saber también poner límites cuando la situación lo requiere (“Profe hasta que no ponga 1 (uno) no se van a calmar”). Debe además poder contarle a los padres cosas sobre sus hijos; “digamé profe, mi hijo anda con alguna noviecita?”, “tiene amigos?”, “¿se porta bien?”.


         Debe, debe El docente ekeko suspira, es demasiado enano su cuerpecito para tanta carga. Pero recuerda charlas con los pibes, complicidades, encuentros y desencuentros, miradas, diálogos y confabulaciones con otros ekekos como él y echa mano a sus colgajos más íntimos, a sus deseos (Estamos acá, algo pasa con nosotros acá, y nos pasa algo con todo esto; ekeko sí, apóstol ni ahí obvio que a veces otra no queda y también es un laburo mas, pero nada de retóricas sufrientes y quejas por doquier). 

         Y prendido a la magia de los caminos, el ekeko va

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