Al lado de “educación” solemos escuchar una serie de palabras que van desde que “la cosa así no va más”, hasta que “hay que volver a la escuela que era antes”. Nosotros no vamos a confirmarlas ni desmentirlas. Lo que nos interesa es ver que onda: dar clase es un laburo, si, pero también es una intervención, una manera de componer y hacer mundo en un entorno precario. ¿Qué significa ponerse en conexión con ese territorio vivo que es el aula? ¿Hay una nueva forma de ser docentes? ¿Cómo operan ciertos saberes y códigos que arrastramos de otras experiencias, sean fuerzas generacionales o el género de cada uno? A partir de estas exploraciones urgentes, buscamos enlazar con otras reflexiones y secuencias vividas, para esbozar algunas ideas y puntas de las cuales seguir tirando...

miércoles, 23 de octubre de 2013

De malestares y terapéuticas escolares: pensando la voz docente



1- Ruido blanco: el aula como interferencia de voces

La voz docente ha perdido la mayúscula. Destituida como Voz, deviene una voz más. Este pasaje es la expresión de las mutaciones en los términos y en los supuestos del aula. Hay indicadores de estos cambios: la voz del docente ya no provoca efecto de silencio. En las aulas se parte del ruido (el silencio, como la atención, como el respeto no son a prioris de la Institución escolar actual, son botines en pugna, permanentemente en tensión. Hay que ganárselos). Pero el fin del monolingüismo docente, no necesariamente inaugura una realidad coral y dialógica. Más bien lo que hay es una multiplicidad de voces que se yuxtaponen, se mezclan, se confunden, se pierden en una especie de ruido blanco (del que también participan los ring tones y los crujidos de auriculares saturados).

En el aula las voces son algo de lo cual no se escapa: el sonido esta ahí, toma a los oídos por asalto. No se trata de una conexión mediante un soporte digital del cual los alumnos se desconectan cuando quieren, dejando como única certeza para nosotros los docentes una respuesta concreta o un apagado repentino. Estamos en un mismo espacio, compartiendo un territorio, donde ese otro esta pero no está, lo tenemos enfrente, si, pero como un espectro indiferente e inasible por nuestras palabras. Nos cuesta hacer pie y el lugar en común se hace desierto. Pero no deja de haber una presencia, un alguien que nos brinda una bocha de signos: ante la dificultad de que la voz armonice deseos se hace imperioso aprender a escuchar otras voces: de la mirada de los pibes, sus las posturas en la silla, el caminar por el aula, la forma de reírse, el tipo de silencio que se abre. Palabras corporales que debemos interpretar como antesala para entender más o menos que pasa e ir reconstruyendo sobre la marcha algo si como un diálogo. Pero en la escuela una y otra vez siempre se trata de eso: hablar con la voz. Veamos que nos pasa a los profes con la voz.

miércoles, 2 de octubre de 2013

El docente paracaidista: una figura escolar    


       
1.    Caímos en la escuela.
                        
En una trayectoria laboral que galopa en lo precario –poca guita, muleo, hacer cosas que no nos caben, escasos beneficios sociales- nos vemos hoy dando clase. El dar clase es algo que encontramos más que un lugar buscado: a los tumbos, cansados de habitar un espacio agotado, olfateamos la posibilidad y dimos el salto. Y aterrizamos.

Como paracaidistas sabemos que no cualquiera es un buen objetivo de caída. Hay lugares más acogedores que otros. Los colegios privados con su flexibilidad legal –llevar un currículum y no mucho más- es un sistema más poroso en su recibimiento que la burocracia estatal, con trámites infinitos, cortocircuitos permanentes y la quisquilles por “los títulos habilitantes”

Docentes paracaidistas: legalmente posibilitados, si, pero no estrictamente preparados. Con credenciales académicas pero con un paso fugaz –o nulo- por profesorados o institutos de formación pedagógica, se da una caída abrupta en un terreno inédito. ¿Qué es una planificación? ¿Cuáles son los criterios para corregir un examen? ¿Cómo mido los contenidos por edad? ¿Qué le podes dar a un pibito de 12, 13 años para leer? Algunas preguntas posibles -y hay más.

 La piba del cutter 



Entra corriendo una profesora a la preceptoría. Era una tarde de agosto.

-          Chicas, hay una alumna llorando en el pasillo con un cutter en la mano!!-  grita

Salgo corriendo a ver que sucedía. Era una alumna de 5to año. Tenía su rostro cubierto por sus largos cabellos negros. Me acerco, le corro el pelo de la cara, la miro. Estaba con la mirada perdida, llorando desconsoladamente.

-          Tranquila, estoy acá. ¿Qué te pasó?
-          Vinieron a molestarme unos pibes que ni conozco, me vinieron a cargar por Lelouch.

Tres maneras de mirar un alumno


(Aclaración para un probable lector docente: Si usted es docente y ha dado con este texto, sepa que no se trata de un multiple choice. No es cuestión de acomodar tranquilamente el culito en uno de los sillones. A pesar de que las regularidades escolares muestran que hay docentes que sacan todos los números para ingresar de lleno en alguna de las categorías, digamos también que todos nos probamos un ratito cada pilcha).

(Otra aclaración: a cada mirada le corresponde una posición de docente.)


Uno: el alumno como enemigo

     Desde esta mirada, el docente esta inevitablemente en contra del alumno (y viceversa). Cada hora en el aula, cada día en el Colegio, escenifica un combate contra ese ejército de maleducados, atrevidos, desganados, deprimidos, violentos, irresponsables En esta categoría ingresan los anti-pibes y sus lógicas de criminalización; donde el pibe o la piba que habita las aulas es decididamente intratable y potencialmente peligroso.

     Los docentes “anti-pibes” son afectos a la práctica de la etiqueta fácil: “el repitente”, “el bardo”, “la rapidita”, “el/la que no le da”. También son los instigadores de la moral, tienden a concebir cualquier acto de “indisciplina” de un alumno como una falta de respeto a la autoridad docente, a la Institución escolar o a la familia. Se los puede ver actuar en todo su esplendor en situaciones en las que un alumno o alumna se copia en un examen; inmediatamente apelan a discursos sobre la honestidad, los valores ciudadanos, el mandato de No-mentir, etc., finalizando su relato con una vinculación entre la falta cometida por el alumno y la decadencia moral de nuestra sociedad. Otro acto que indigna profundamente a estos docentes es que los alumnos no canten el himno (“¿la escuela ya no se encarga de formar ciudadanos para el Estado-Nación?”).

Corredores escolares.
Una topología del cuidado





El diagnóstico como intervención

Los “corredores escolares” (en este caso, reflexionamos a partir del corredor José Hernández, uno de los corredores ubicados en Villa Ballester, barrio paquete del partido de San Martín, creado en Abril del 2008 y que comprende 21 manzanas con 12 colegios, tanto privados como públicos, albergando casi 10.000 alumnos), surgen como una intervención urgente frente a un problema determinado Atracos y peleas varias (entre hombres; entre mujeres; entre hombres y mujeres; entre chicos de los mismos colegios del corredor –recordemos que hay colegios públicos como privados-, pero básicamente entre los alumnos del corredor “con los de afuera”). Toda una serie de cortocircuitos que son empaquetados como un problema de inseguridad. Ahí ya tenemos una primera movida en común: la modelación del problema; el diagnostico es ya de por si intervención.

Pero no queda ahí. Se hace necesario hacer algo frente a este problema. La denuncia y la queja cotidiana son insuficientes. No hay solución a la vista: “Esto era un quilombo”, “nadie hacía nada”. Pero la impunidad del delito no se explica solamente por desidia policial, sino que hay un reconocimiento de la impotencia de la misma: hay un desborde estructural y solos no pueden (“faltan patrulleros”, “ellos también hacen lo que pueden”). De ahí que se solicite la ayuda y el compromiso de todos.

El huevo de la serpiente.
Entre el aula y la sala de profesores


“El ingreso a la sala de profesores, es probablemente, el recuerdo más nítido que tengo de mi primer día como docente. Aun más que el ingreso al aula. Recuerdo el timbre del recreo y mi entrada triunfal en una pequeña habitación en la que varios docentes de edades diferentes peleaban en condiciones de hacinamiento por acceder al preciado chorrito de agua caliente que salía del dispenser. Es más, recuerdo el ruido casi frenético de las cucharitas revolviéndose alocadas en esos explosivos e imprescindibles cafés instantáneos. También recuerdo que apenas atravesé la puerta me asaltaron imágenes de mi infancia y de mi adolescencia. Por unos segundos fui el alumno que ingresó al lugar prohibido. La sala de profesores, como el cuarto de los padres, constituyen o constituían uno de los lugares de fascinación de los pibes. En un caso el pibe como alumno, en otro, como hijo. Dos subjetividades en crisis, o al menos, en permanente reconfiguración

La sala de profesores es uno de los nodos centrales de la escuela. El otro, por supuesto, es el aula. Podríamos decir que mientras que los alumnos se hacen en el aula, los profesores se moldean en el aula y en la sala de profesores. O más bien, si el docente se hace en el aula –ejem, como el policía se hace en la calle–, es decir, si en ese espacio incorpora las habilidades y las competencias necesarias para moverse prácticamente como tal, en las salas de profesores aprende a mirar. Si el hacer en el aula, nos curte en cuanto a saberes y modos de moverse –cuando poner “límites”, cuando llamar la atención a un alumno, cuando dejar pasar un chiste, cuando interrumpirlo, cuando pegar un grito, cuando ser conciliador... toda la pedagogía del hacer–, la sala de profesores nos enseña a mirar. 

Ver qué onda: una pedagogía de lo sensible


De crisis de imágenes y palabras...

Arrancando el año, y revisando los cuadernillos con los contenidos para la secundaria, preparando las clases, analizando un poco el diseño curricular, nos surgieron preguntas, discusiones, comentarios  Paralelamente a esas lecturas y preparaciones, también hemos asistido al debate en torno a la inclusión del escrache en los planes de estudio; columnas de opinión, notas de especialistas en educación, entrevistas a funcionarios y periodistas serios que se espantaban por la introducción de la palabra “escrache” en la versión preliminar del diseño curricular de una materia del nuevo secundario; Política y ciudadanía. Esta situación no es nueva: en cada ocasión en que tiene lugar algún cambio curricular, el lobby de  la Iglesia católica y de diferentes sectores tradicionales del poder en nuestra sociedad se hacen oír. Luego lo de siempre, el slogan que se instala y prolifera por las pantallas, los diarios y las radios. Pero en relación a esta noticia se armó ese escenario televisivo de debate que instala monológicamente un piso de intercambio de palabras y voces que impiden indagar realidades más subterráneas. Escarbemos un poco más en la cuestión.

          Lo primero que tenemos que decir es que la “lectura” del diseño curricular de la materia que hicieron los periodistas, opinólogos y algunos funcionarios fue más que acertada. La intención no era únicamente generar olas de pánico moral por la inclusión de la palabra escrache en el diseño sino lograr una marcha atrás en el diseño curricular. Este diseño habla de sujetos políticos, de crear ciudadanos activos, de participación política en organizaciones, de violación de los derechos humanos, de tortura en las cárceles y hasta de gatillo fácil Es decir, todas temáticas que pueden ser leídas como “peligrosas” para las mentes de las blancas palomitas (de aquí las editoriales que hablaban de no confundir “pedagogía” con “política y militancia”). Por supuesto que es más que bancable la inclusión en el currículum de temáticas de fuerte contenido “político”, ¿cómo no bancar contenidos super progresistas y encima de carácter prescriptivos?