Al lado de “educación” solemos escuchar una serie de palabras que van desde que “la cosa así no va más”, hasta que “hay que volver a la escuela que era antes”. Nosotros no vamos a confirmarlas ni desmentirlas. Lo que nos interesa es ver que onda: dar clase es un laburo, si, pero también es una intervención, una manera de componer y hacer mundo en un entorno precario. ¿Qué significa ponerse en conexión con ese territorio vivo que es el aula? ¿Hay una nueva forma de ser docentes? ¿Cómo operan ciertos saberes y códigos que arrastramos de otras experiencias, sean fuerzas generacionales o el género de cada uno? A partir de estas exploraciones urgentes, buscamos enlazar con otras reflexiones y secuencias vividas, para esbozar algunas ideas y puntas de las cuales seguir tirando...

martes, 31 de diciembre de 2013

Todo pasa
Algunas preguntas sobre los espacios y la precariedad escolar


Uno
Martes a la mañana. Subo las escaleras apurado, agarro el pasillo y antes de ir para el aula busco el baño. Pero hay algo raro. En la entrada hay unos alumnos que no conozco con una soldadora. Me acerco. Están colocando unas puertas de hierro y alambre artístico. “No, no se puede entrar”, me dicen. “Es un segundo”, les contesto, “yo soy profesor”. “Bueno, pase”, tira el pibito.

Corren unos días y pregunto a los alumnos de ese piso qué pasa y se reparten las voces para contestar: “como fuman porro en el baño, lo cerraron”; “hay que pedir las llaves en preceptoría”. Y ustedes qué piensan, pregunto: “y, nos cagan a todos”.

Dos
Jornada docente. Estamos en un aula. Los directivos delante y los docentes sentados. Se reproduce a otra escala la misma asimetría profesores-alumnos, como también la imposibilidad de reproducir eficazmente esa asimetría –infinidad de veces se pide silencio, murmullos, risitas, uno no puede escuchar

La dinámica de la jornada consta de dos partes: en la primera la directora tira temas e información; en la segunda se analiza el protocolo de “Orientación para la Intervención en Situaciones Conflictivas” x bajo unas consignas. Van pasando los temas y se repite una secuencia: profes que intentan tirar alguna discusión y la directora contestando “lo dejamos para otro momento”.

¿Qué tiene que ver todo esto con los baños y las puertas con candados? A eso quiero llegar: la directora avanza con un punto del temario y es el de “los alumnos que pasean”. La consigna es basta de alumnos dando vueltas: “hay muchos chicos dando vuelta en hora de clase y eso es un problema importante”. Cuenta la dire que entre las medidas ya tomadas están las de cerrar la fotocopiadora y el kiosco, como también la de cerrar con candando las puertas de los baños. Los chicos deben ir en los recreos a los baños del patio de la planta baja, y si necesitan usar los del piso donde están las aulas, en casos de emergencia exclusivamente, deben pedir la llave del candado a los preceptores y luego la devuelven. Las puertas las hicieron alumnos de la orientación de técnica en el marco de las horas de pasantías y prácticas que deben cumplir. Según la directora es verdad que esta no es la mejor solución, pero evita que los alumnos deambulen y otras cosas más (no se verbaliza el tema drogas).

En medio del parloteo una profesora levanta la mano y pregunta: los chicos siempre piden de ir, ¿cómo hacemos para saber cuándo los podemos dejar y cuándo no, que no queda otra? ¿Cuál es el criterio? Se arma bullicio, se astilla la reunión –otra vez– en grupúsculos que cuchichean aireadamente. Pedidos de silencio. La directora golpea las manos y contesta: “los chicos no pueden salir del aula”. “Por eso” contesta la profe “si los chicos no pueden salir cómo hacemos para saber en qué casos sí pueden ir y pedir la llave”. No se escucha nada otra vez. La dire se calienta: “¿Pero vos estás esperando que yo te diga cuando un chico ya no aguanta? Eso es algo que tiene que ver con TU criterio, yo no te lo puedo decir”. La mina se queda callada. Nadie retruca. Los demás lo mismo. Todos con el culo cerrado.

Tres
¿Cómo se entiende todo esto? Se fusionan varios planos: por un lado se deshilacha un código tan básico de lo escolar como la permanencia de los alumnos sentados en el aula; ante lo precario se activa una regla soberana que prohíbe la circulación de cuerpos blindando las aulas y las puertas de los baños; y una norma mas onda situacional: los chicos, salir pueden salir, pero solo en una emergencia. ¿Quién constata esto? Nosotros docentes, como autoridad (?) de la clase (recordemos: “tu criterio”, dice la dire). Y no es una excepción más la que hay que hacer: se trata de que indaguemos hasta qué punto un cuerpo no aguanta más porque su voluntad es impotente y ya no le queda otra que entregarse a la acción de sus tripas (tanto es así que una profe dijo que a un pibe de 14 años le dijo de no ir al baño y se cagó.).

En un resumen al voleo, nos encontramos con la generalidad de la excepción para la autoridad escolar en tanto “los chicos pasean”; una regla poco común, absoluta, de que no salga nadie del aula y amurrallar los baños para que nadie entre; y que en medio de lo frágil y rígida que se pone la situación, se revitalice el oxidado rol docente con una autoridad suprema como la de sentenciar los límites subjetivos de un cuerpo

En el transcurso de los días ocurre que los pibes le encuentran fugas: después del recreo un pibe pide la llave pero tarda en devolverla y así entran varios. Pero los preceptores responden: como muchos docentes dejamos salir, cuando encaran a un preceptor este dice que la llave la tiene otro, y ese otro va a decir que él no la tiene sino otro, y así. Hasta que la llave se perdió de verdad. Dijeron que iban a hacer otra, pero quedó ahí. Termina el año y los controles se relajan.

Cuatro
Ante la secuencia de alumnos que se filtran por las paredes me pregunto por qué no quieren estar. Diferentes refugios de lo no querido –para no dramatizar y decir insoportable– se dibujan en la escuela: las consultas en preceptoría por cualquier cosa, ir a pagar la cuota, andar por los pasillos, meterse en otras aulas con otros compañeros o profes que bancan, o el uso del celular (escape a otros territorios, infinitos, pero siempre con el culo apoyado en la misma silla).

Ir al baño entra en esta ecología de la evasión. El baño como lugar privado e íntimo al resguardo de la mirada del otro y legitimado su uso por causas nobles. En el baño se efectúan una serie de acciones que en el aula no se hacen, o mejor dicho, que en tiempos precarios se hacen pero en el baño mucho más zarpado: se habla como en el aula no se puede, se escribe en las paredes como en la carpeta no se puede, se usa el cuerpo como en el aula no se puede (fumar, escabiar, garchar, mojarse, jugar a las piñas, cortarse, testear un posible embarazo). Pero bajo las medidas comentadas arriba se trunca mucho de todo esto: mientras que en muchos colegios no hay puertas en los baños para ver todo lo que pasa, acá ya ni siquiera hay experiencia de baño directamente.


Pero revisemos un poquito lo que venimos diciendo: sin duda que los circuitos comentados conforman una máquina evasiva de lo escolar. Pero vale preguntarse por su capacidad afirmativa, en tanto que no solo implican correrse de una rutina hueca y rancia, sino de vivencias con sentido. Preguntarse si las autoridades del mundillo escolar, como muchos docentes, en vez de cortar estas secuencias al percibirlas como anómicas y ajustarlas a una ortopedia de acero, si no hay chances de que inspiren nuevas lógicas escolares, en tanto maneras de comunicarse, transitar los espacios y poner en marcha el cuerpo. Aquellos que contamos con esta inquietud, sin muchas imágenes claras, pero la necesidad de pensar sobre estas experiencias ¿qué formas de politización existen? ¿Qué posibilidades hay de armar narraciones, hacerlas propagar, interrumpir procesos y abrir nuevas configuraciones escolares? Como también, ustedes los pibes, alumnos, ¿hasta qué punto el escapismo es una estrategia eterna y permanente? ¿Cómo sería un territorio escolar habitado como propio? ¿Qué se podría hacer? ¿Solo hay potencia en retirarse y tumbar el reloj de arena esperando el timbre de salida y que ahí empiece la verdadera vida?


martes, 24 de diciembre de 2013

¿Un mundo feliz?

A partir de “Escuela Emancipadora”, de Diego Valeriano, publicada en http://www.anarquiacoronada.blogspot.com.ar/




Uno

La nota de Valeriano baraja el supuesto de que en una escuela hueca del pulso vital de otra época, los cuerpos que la transitan a fuerza de choques e inercia por no haber carriles predefinidos que hoy los interpelen, quedan librados a su propia dinámica. ¿Y qué pasa entonces? Esto los beneficia: dejados a su propio empuje, mucho lo pueden.

No se termina de entender en el discurso de Valeriano si se percibe que los chicos dejados a su propia energía configuran fácilmente circuitos propios que les permiten afirmarse desde un impulso autónomo, más inmanente a sus propias aspiraciones y deseos, o en cambio, como si apareciera alguien que les avisa que se fijen, que miren bien, que mejores condiciones que las que hay ahí en otro lugar no van a encontrar  

Sea un caso u otro, se niega una ambigüedad constitutiva: no siempre los pibes la pasan bien en la escuela, no siempre saben armar planos de complicidad que les caben, como que pareciera que en nombre de las propias posibilidades de los pibes y pibas, apareciera una voz onda consejo, de esos que saben qué es lo mejor para los demás

Hay un supuesto que palpita en los párrafos de Valeriano: como si la interrupción de la maquinaria escolar implicaría automáticamente la potencia de los pibes de hacer sentido en ese escenario resbaladizo. La escuela innegablemente ocupa una zona oscura para muchos pibes: no solo por el aburrimiento, sensación vacua de la no-experiencia, sino de afecciones zarpadas como consecuencia de bardeadas, hostigamientos jodidos, e inclusive de algo que escuchamos varias veces y que no da para subestimar: “acá no aprendemos nada, profe”. Contamos una escena de fin de año. Se hace un desayuno-despedida de los pibes de sexto de una escuela en Casanova. En medio de la comilona pregunta una de las docentes que la organizó “Y chicos ¿van a extrañar la escuela el año que viene?”; contesta una piba: “más o menos como que la escuela ‘ya está’, fueron un montón de años pero tampoco queremos ir a trabajar mil horas o ponernos a estudiar de verdad”. Si la escuela es un no lugar, un espacio donde es difícil conectarse, siendo positiva en tanto no se sufre como en otro espacio valorado como negativo, no obstante se dificulta percibir como abundantes esos mundos alternativos a lo escolar que se tallan según Valeriano Circuitos que nadie niega que existan y en relación con todo esto sería interesante saber qué pasa con esas configuraciones que se arman en la escuela cuando se ponen en juego en otros espacios sociales, sea al mismo tiempo que transcurren lo escolar como luego de concluir el ciclo educativo: la calle, gimnasios, canchita, esquina, compu, noche, la familia heredada y la que se arma, laburos, la facu, lo que pinte

Decir que la escuela puede ser el mejor de los mundos para los pibes nos parece algo arbitrario (al igual que decir que sería el peor de los mundos posibles). Nos suenan a frases cerradas que niegan una ambigüedad que percibimos todos los días, donde pasa un poco de todo, según quien sea, donde sea y como sea. Pero hay una secuencia más contundente en demostrar lo poco interesante que es la escuela para tantos pibes: los índices de ausentismo y deserción escolar. Si bien la única causa de la no permanencia en la escuela no se relaciona exclusivamente con el deseo del pibe de ir o no a la escuela –hay mambos económicos, familiares- es un claro síntoma de la negación de la escuela como el mejor lugar para trazar complicidades y simpatías para muchos pibes que en cambio decidieron desertar de ser alumnos, sujetos escolares (tanto de lo tradicional como alternativo).


Dos.

El texto de Valeriano sostiene una especie de binarización escolar: los pibes son pillos y con todas las luces, los demás, bueno, los demás Se invierte la dicotomía  docentes que saben qué es lo bueno para los chicos y los chicos que no aprovechan la oportunidad y están en cualquiera. A todo esto es como su irrumpiera una voz –la de Valeriano- que agita en medio del barullo: no: los pibes la hacen bien en no darle bola a ustedes docentes y son ustedes los que no entienden nada.

¿En cuántos territorios donde hay pibes que se conectan vitalmente lo hacen con docentes, y no solamente con una clase, típica y común, sino con docentes que remoldean o directamente salen de su rol? ¿O que ni siquiera en calidad de docentes que devienen otra cosa desde lo docente, sino que por fuera de lo escolar, tras el choque y conocimiento en la escuela, arman cosas en común? Y no se trata de leer estas preguntas en clave de coyuntura –en mi escuela esto pasa o no pasa- sino en función de posibilidad real, ontológica.
Pero algo más. ¿Cómo no compartir de la necesariedad de ver los hechos escolares como lo que son, hechos? Nada de etiquetas onda “acá no pasa nada” o “esto es un quilombo”. No nos cabe percibir lo que pasa y verificarlo si está bien o mal en relación con un juicio armado de antemano por una institución, sea la escuela, la familia, o lo que fuera.

Ahora: ¿Cómo jerarquizamos? ¿Todo es igual? Nosotros que nos dedicamos a dar clase: ¿no tenemos derecho a bancar un circuito más que otro? ¿Cómo salir del juicio pero sin reconocer la importancia de una evaluación inmanente, constante de la práctica escolar que incorpore nuestros afectos? Inclusive, si esos circuitos implicarían  no solo desdibujar rol y darle un nuevo contenido, sino salir de la posición de docente y que se evapore su figura en pos de algo que aun no conocemos Pero sabemos que parte de estas experimentaciones es saber que no podemos banalizar los roles. Ser docente es un trabajo: las consecuencias fallidas de armar encuentros no tradicionales condicionan la generación de billete. Si bien la frase “de algo tengo que vivir” es una frase muy canalla que cínicamente pretende justificar cualquier cosa, no deja de ser para nosotros un lugar de partida objetivo a considerar de nuestra estrategia escolar.

Resumiendo: nos interesa salir de cualquier binarización y de repartir postulados de que es lo mejor para los pibes y pibas; también obviamente nos interesa bancar las tramas no escolares que se arman en la escuela a partir y en contra de lo escolar, pero con el impulso de bucear en esas tramas seleccionando y ensayando desde nuestras inquietudes como docentes, que no dejan de ser hechos, como cualquier otros. Se trata de dinamitar los guetos y prestar atención a las movidas más promiscuas, ambiguas, entre diferentes personajes del mundillo escolar.

            
                                                                                     Ver qué onda
                                        verqueondaeducacion.blogspot.com

miércoles, 18 de diciembre de 2013

El docente Ekeko


         

       Ahí van ellos, con sus carpetas en la mano, mochilas, maletines, carteras... Cualquiera que trabaje como docente lleva en sus espaldas algunos de esos accesorios, o todos esos. Los vemos pasar corriendo, con cierta torpeza para moverse con esos colgajos. Llevan en sus cuerpos horitas de sueño nomás y litros de café. Los vemos fumando un pucho en la puerta, o si es más prudente en la esquina, casi siempre escapando del conglomerado de la sala de profesores. 

         ¿Cuántos colgajos llevamos para entrar al aula? Contamos con las fotocopias (propias y para los pibes: muchos de ellos, sino todos, sabemos, no las van a comprar); planificaciones de clase que casi seguro no vamos a usar; lapiceras varias; trabajitos y evaluaciones que pasean de bondi en bondi y que con suerte corregiremos en alguna tarde de domingo; películas para usar si la sala de video, única para toda la escuela, está disponible; algún pendrive con planes A, B y C. Uno nunca sabe con qué se va a encontrar. 


       Pero también llevamos otros recursos para poner en juego. Apuestas. Ganas. Estamos ahí, y tomamos aire un segundo antes de entrar con la expectativa de que algunas de estas tantas cosas que pensamos para la clase de hoy sea posible de poner en juego, y con la expectativa de que algunas de las mañas que cargamos entre nuestros colgajos nos habilite algo más. Profes-ekekos, personificaciones de la abundancia de disparadores que posibiliten diálogos, discusiones, cosas que pasen. Colgajos que habiliten el campo de lo decible, de lo pasable... Profes ekekos, hombrecitos o mujercitas orquestas. 


         El docente ekeko cuenta con la ¿capacidad? de saber (¿o de creer?) que alguno de todos esos colgajos que lleva al aula funcionará: quizás alguna anécdota, un trabajo clásico, un recurso novedoso, una improvisación... Mitad apuesta, casi acto de fe de ese pequeño gurú con mirada viva, y mucho pero mucho trato con la suerte. 

         Y mitad también saber curtido de combinar elementos y crear con lo que hay. Profes ekekos como un eterno llamado a la fertilidad. Cargar con ese “lo que hay” en las espaldas, pero cargar a la vez todo lo que se puede hacer con ese “hay” (lo ilimitado). 


         Ekeko, pequeño genio, de su lámpara algo seguro surgirá Entre los colgajos del docente ekeko están también las expectativas de muchos. El ekeko carga deseos de otros. Objeto de culto, de imploración, de muchos mandatos y de otros tantos “fijate vos”. 



         Debe cumplir con las expectativas de los chicos/as, de los otros/as profes (son muchos los que exigen una forma-de-ser-docente), de la escuela, de los padres, etc. Debe lograr terminar con el programa, con las jornadas especiales, con la entrega de notas. Debe cumplir con las exigencias de los estudiantes: ser el/la profe copado/a que permita cierto desorden áulico, pero debe saber también poner límites cuando la situación lo requiere (“Profe hasta que no ponga 1 (uno) no se van a calmar”). Debe además poder contarle a los padres cosas sobre sus hijos; “digamé profe, mi hijo anda con alguna noviecita?”, “tiene amigos?”, “¿se porta bien?”.


         Debe, debe El docente ekeko suspira, es demasiado enano su cuerpecito para tanta carga. Pero recuerda charlas con los pibes, complicidades, encuentros y desencuentros, miradas, diálogos y confabulaciones con otros ekekos como él y echa mano a sus colgajos más íntimos, a sus deseos (Estamos acá, algo pasa con nosotros acá, y nos pasa algo con todo esto; ekeko sí, apóstol ni ahí obvio que a veces otra no queda y también es un laburo mas, pero nada de retóricas sufrientes y quejas por doquier). 

         Y prendido a la magia de los caminos, el ekeko va

miércoles, 23 de octubre de 2013

De malestares y terapéuticas escolares: pensando la voz docente



1- Ruido blanco: el aula como interferencia de voces

La voz docente ha perdido la mayúscula. Destituida como Voz, deviene una voz más. Este pasaje es la expresión de las mutaciones en los términos y en los supuestos del aula. Hay indicadores de estos cambios: la voz del docente ya no provoca efecto de silencio. En las aulas se parte del ruido (el silencio, como la atención, como el respeto no son a prioris de la Institución escolar actual, son botines en pugna, permanentemente en tensión. Hay que ganárselos). Pero el fin del monolingüismo docente, no necesariamente inaugura una realidad coral y dialógica. Más bien lo que hay es una multiplicidad de voces que se yuxtaponen, se mezclan, se confunden, se pierden en una especie de ruido blanco (del que también participan los ring tones y los crujidos de auriculares saturados).

En el aula las voces son algo de lo cual no se escapa: el sonido esta ahí, toma a los oídos por asalto. No se trata de una conexión mediante un soporte digital del cual los alumnos se desconectan cuando quieren, dejando como única certeza para nosotros los docentes una respuesta concreta o un apagado repentino. Estamos en un mismo espacio, compartiendo un territorio, donde ese otro esta pero no está, lo tenemos enfrente, si, pero como un espectro indiferente e inasible por nuestras palabras. Nos cuesta hacer pie y el lugar en común se hace desierto. Pero no deja de haber una presencia, un alguien que nos brinda una bocha de signos: ante la dificultad de que la voz armonice deseos se hace imperioso aprender a escuchar otras voces: de la mirada de los pibes, sus las posturas en la silla, el caminar por el aula, la forma de reírse, el tipo de silencio que se abre. Palabras corporales que debemos interpretar como antesala para entender más o menos que pasa e ir reconstruyendo sobre la marcha algo si como un diálogo. Pero en la escuela una y otra vez siempre se trata de eso: hablar con la voz. Veamos que nos pasa a los profes con la voz.

miércoles, 2 de octubre de 2013

El docente paracaidista: una figura escolar    


       
1.    Caímos en la escuela.
                        
En una trayectoria laboral que galopa en lo precario –poca guita, muleo, hacer cosas que no nos caben, escasos beneficios sociales- nos vemos hoy dando clase. El dar clase es algo que encontramos más que un lugar buscado: a los tumbos, cansados de habitar un espacio agotado, olfateamos la posibilidad y dimos el salto. Y aterrizamos.

Como paracaidistas sabemos que no cualquiera es un buen objetivo de caída. Hay lugares más acogedores que otros. Los colegios privados con su flexibilidad legal –llevar un currículum y no mucho más- es un sistema más poroso en su recibimiento que la burocracia estatal, con trámites infinitos, cortocircuitos permanentes y la quisquilles por “los títulos habilitantes”

Docentes paracaidistas: legalmente posibilitados, si, pero no estrictamente preparados. Con credenciales académicas pero con un paso fugaz –o nulo- por profesorados o institutos de formación pedagógica, se da una caída abrupta en un terreno inédito. ¿Qué es una planificación? ¿Cuáles son los criterios para corregir un examen? ¿Cómo mido los contenidos por edad? ¿Qué le podes dar a un pibito de 12, 13 años para leer? Algunas preguntas posibles -y hay más.

 La piba del cutter 



Entra corriendo una profesora a la preceptoría. Era una tarde de agosto.

-          Chicas, hay una alumna llorando en el pasillo con un cutter en la mano!!-  grita

Salgo corriendo a ver que sucedía. Era una alumna de 5to año. Tenía su rostro cubierto por sus largos cabellos negros. Me acerco, le corro el pelo de la cara, la miro. Estaba con la mirada perdida, llorando desconsoladamente.

-          Tranquila, estoy acá. ¿Qué te pasó?
-          Vinieron a molestarme unos pibes que ni conozco, me vinieron a cargar por Lelouch.

Tres maneras de mirar un alumno


(Aclaración para un probable lector docente: Si usted es docente y ha dado con este texto, sepa que no se trata de un multiple choice. No es cuestión de acomodar tranquilamente el culito en uno de los sillones. A pesar de que las regularidades escolares muestran que hay docentes que sacan todos los números para ingresar de lleno en alguna de las categorías, digamos también que todos nos probamos un ratito cada pilcha).

(Otra aclaración: a cada mirada le corresponde una posición de docente.)


Uno: el alumno como enemigo

     Desde esta mirada, el docente esta inevitablemente en contra del alumno (y viceversa). Cada hora en el aula, cada día en el Colegio, escenifica un combate contra ese ejército de maleducados, atrevidos, desganados, deprimidos, violentos, irresponsables En esta categoría ingresan los anti-pibes y sus lógicas de criminalización; donde el pibe o la piba que habita las aulas es decididamente intratable y potencialmente peligroso.

     Los docentes “anti-pibes” son afectos a la práctica de la etiqueta fácil: “el repitente”, “el bardo”, “la rapidita”, “el/la que no le da”. También son los instigadores de la moral, tienden a concebir cualquier acto de “indisciplina” de un alumno como una falta de respeto a la autoridad docente, a la Institución escolar o a la familia. Se los puede ver actuar en todo su esplendor en situaciones en las que un alumno o alumna se copia en un examen; inmediatamente apelan a discursos sobre la honestidad, los valores ciudadanos, el mandato de No-mentir, etc., finalizando su relato con una vinculación entre la falta cometida por el alumno y la decadencia moral de nuestra sociedad. Otro acto que indigna profundamente a estos docentes es que los alumnos no canten el himno (“¿la escuela ya no se encarga de formar ciudadanos para el Estado-Nación?”).

Corredores escolares.
Una topología del cuidado





El diagnóstico como intervención

Los “corredores escolares” (en este caso, reflexionamos a partir del corredor José Hernández, uno de los corredores ubicados en Villa Ballester, barrio paquete del partido de San Martín, creado en Abril del 2008 y que comprende 21 manzanas con 12 colegios, tanto privados como públicos, albergando casi 10.000 alumnos), surgen como una intervención urgente frente a un problema determinado Atracos y peleas varias (entre hombres; entre mujeres; entre hombres y mujeres; entre chicos de los mismos colegios del corredor –recordemos que hay colegios públicos como privados-, pero básicamente entre los alumnos del corredor “con los de afuera”). Toda una serie de cortocircuitos que son empaquetados como un problema de inseguridad. Ahí ya tenemos una primera movida en común: la modelación del problema; el diagnostico es ya de por si intervención.

Pero no queda ahí. Se hace necesario hacer algo frente a este problema. La denuncia y la queja cotidiana son insuficientes. No hay solución a la vista: “Esto era un quilombo”, “nadie hacía nada”. Pero la impunidad del delito no se explica solamente por desidia policial, sino que hay un reconocimiento de la impotencia de la misma: hay un desborde estructural y solos no pueden (“faltan patrulleros”, “ellos también hacen lo que pueden”). De ahí que se solicite la ayuda y el compromiso de todos.

El huevo de la serpiente.
Entre el aula y la sala de profesores


“El ingreso a la sala de profesores, es probablemente, el recuerdo más nítido que tengo de mi primer día como docente. Aun más que el ingreso al aula. Recuerdo el timbre del recreo y mi entrada triunfal en una pequeña habitación en la que varios docentes de edades diferentes peleaban en condiciones de hacinamiento por acceder al preciado chorrito de agua caliente que salía del dispenser. Es más, recuerdo el ruido casi frenético de las cucharitas revolviéndose alocadas en esos explosivos e imprescindibles cafés instantáneos. También recuerdo que apenas atravesé la puerta me asaltaron imágenes de mi infancia y de mi adolescencia. Por unos segundos fui el alumno que ingresó al lugar prohibido. La sala de profesores, como el cuarto de los padres, constituyen o constituían uno de los lugares de fascinación de los pibes. En un caso el pibe como alumno, en otro, como hijo. Dos subjetividades en crisis, o al menos, en permanente reconfiguración

La sala de profesores es uno de los nodos centrales de la escuela. El otro, por supuesto, es el aula. Podríamos decir que mientras que los alumnos se hacen en el aula, los profesores se moldean en el aula y en la sala de profesores. O más bien, si el docente se hace en el aula –ejem, como el policía se hace en la calle–, es decir, si en ese espacio incorpora las habilidades y las competencias necesarias para moverse prácticamente como tal, en las salas de profesores aprende a mirar. Si el hacer en el aula, nos curte en cuanto a saberes y modos de moverse –cuando poner “límites”, cuando llamar la atención a un alumno, cuando dejar pasar un chiste, cuando interrumpirlo, cuando pegar un grito, cuando ser conciliador... toda la pedagogía del hacer–, la sala de profesores nos enseña a mirar. 

Ver qué onda: una pedagogía de lo sensible


De crisis de imágenes y palabras...

Arrancando el año, y revisando los cuadernillos con los contenidos para la secundaria, preparando las clases, analizando un poco el diseño curricular, nos surgieron preguntas, discusiones, comentarios  Paralelamente a esas lecturas y preparaciones, también hemos asistido al debate en torno a la inclusión del escrache en los planes de estudio; columnas de opinión, notas de especialistas en educación, entrevistas a funcionarios y periodistas serios que se espantaban por la introducción de la palabra “escrache” en la versión preliminar del diseño curricular de una materia del nuevo secundario; Política y ciudadanía. Esta situación no es nueva: en cada ocasión en que tiene lugar algún cambio curricular, el lobby de  la Iglesia católica y de diferentes sectores tradicionales del poder en nuestra sociedad se hacen oír. Luego lo de siempre, el slogan que se instala y prolifera por las pantallas, los diarios y las radios. Pero en relación a esta noticia se armó ese escenario televisivo de debate que instala monológicamente un piso de intercambio de palabras y voces que impiden indagar realidades más subterráneas. Escarbemos un poco más en la cuestión.

          Lo primero que tenemos que decir es que la “lectura” del diseño curricular de la materia que hicieron los periodistas, opinólogos y algunos funcionarios fue más que acertada. La intención no era únicamente generar olas de pánico moral por la inclusión de la palabra escrache en el diseño sino lograr una marcha atrás en el diseño curricular. Este diseño habla de sujetos políticos, de crear ciudadanos activos, de participación política en organizaciones, de violación de los derechos humanos, de tortura en las cárceles y hasta de gatillo fácil Es decir, todas temáticas que pueden ser leídas como “peligrosas” para las mentes de las blancas palomitas (de aquí las editoriales que hablaban de no confundir “pedagogía” con “política y militancia”). Por supuesto que es más que bancable la inclusión en el currículum de temáticas de fuerte contenido “político”, ¿cómo no bancar contenidos super progresistas y encima de carácter prescriptivos?

martes, 17 de septiembre de 2013

Ver qué onda / Editorial

Al lado de “escuela” solemos leer, escuchar, comentar, etc., una serie de palabras tales como desfondamiento, agotamiento, reconfiguración, crisis... No vamos a confirmarlas ni desmentirlas, tampoco agregar más a la lista como si se tratase de sellos en la planilla de un trámite. Queremos compartir, poner en discusión, abrir, algunos textos sobre qué es hoy una escuela para nosotros. Partimos de la experiencia que tenemos de laburar dando clases en distintos lugares (de Capital y del conurbano, estatales y privados) y de ahí es que fuimos armando esta serie de imágenes, ideas, reflexiones.

Decimos escuela para simplificar: se sabe, se trata de una Institución, de un dispositivo escolar, de la educación, de la transmición de saberes, de la relación entre la adultez y la infancia, etc. La premisa es siempre poner todo bajo signos de preguntas, o no dar nada por sentado. La propia condición de quienes transitamos estos lugares (laburante a mil por hora, con fuertes dosis de precariedad, cansancio, soledad como regla, estrés, el problema de estar lidiando con fuerzas más grandes que lo que “un docente” puede alojar), sumada a la configuración de estos lugares en sí, de las instituciones (también con sus dosis de precariedad, improvisación, falta de recursos –materiales y humanos–, soledad también con respecto a otras políticas y enfoques, etc.), hacen que sea difícil hablar de “La Institución” o “La Escuela”, como también “el Docente” o “los Directivos” todos los términos viven reconfiguraciones y recombinaciones constantes, se van armando, desarmando; y sus consistencias son variables. No obstante, lo cierto, lo que retorna siempre aunque con mil rostros, es que todos los días nos vemos las caras con decenas de pibes y pibas en un aula, que recorremos pasillos, patios y salas de profesores, que quemamos pestañas y horas preparando clases, pensando formas de encarar un tema, buscando recursos. ¿Qué les pasa por la cabeza a los chicos? ¿Por qué van a la escuela? ¿Les sirve? ¿Cómo se podría refundar la escuela? ¿Qué podemos nosotros ahí adentro?