Ver qué onda: una pedagogía de lo sensible
De crisis de imágenes
y palabras...
Arrancando
el año, y revisando los cuadernillos con los contenidos para la secundaria,
preparando las clases, analizando un poco el diseño curricular, nos surgieron
preguntas, discusiones, comentarios… Paralelamente a esas lecturas y preparaciones,
también hemos asistido al debate en torno a la inclusión del escrache en los
planes de estudio; columnas de opinión, notas de especialistas en educación,
entrevistas a funcionarios y periodistas serios que se espantaban por la
introducción de la palabra “escrache” en la versión preliminar del diseño
curricular de una materia del nuevo secundario; Política y ciudadanía. Esta situación no es nueva: en
cada ocasión en que tiene lugar algún cambio curricular, el lobby de la Iglesia católica y de diferentes sectores
tradicionales del poder en nuestra sociedad se hacen oír. Luego lo de siempre,
el slogan que se instala y prolifera por las pantallas, los diarios y las
radios. Pero en relación a esta noticia se armó ese escenario televisivo de
debate que instala monológicamente un piso de intercambio de palabras y voces
que impiden indagar realidades más subterráneas. Escarbemos un poco más en la
cuestión.
Lo primero que tenemos que decir es que la “lectura” del
diseño curricular de la materia que hicieron los periodistas, opinólogos y
algunos funcionarios fue más que acertada. La intención no era únicamente
generar olas de pánico moral por la inclusión de la palabra escrache en el
diseño sino lograr una marcha atrás en el diseño curricular. Este diseño habla
de sujetos políticos, de crear ciudadanos activos, de participación política en
organizaciones, de violación de los derechos humanos, de tortura en las
cárceles y hasta de gatillo fácil… Es
decir, todas temáticas que pueden ser leídas como “peligrosas” para las mentes
de las blancas palomitas (de aquí las editoriales que hablaban de no confundir
“pedagogía” con “política y militancia”…).
Por supuesto que es más que bancable la inclusión en el currículum de temáticas
de fuerte contenido “político”, ¿cómo no bancar contenidos super progresistas y
encima de carácter prescriptivos…?
Ahora bien, pareciera que detrás de este intercambio
mediático se invisibilizan realidades del orden de lo corporal, afectivo,
anímico… (realidades “primarias”, la
materialidad de la política). Si desplazamos entonces el foco de la discusión
por el contenido del diseño curricular, se
despliegan algunos interrogantes. ¿Con la inclusión de temáticas copadas en un
programa podemos decir que se abre el campo de lo decible o más bien, el campo
de lo que se puede
decir? ¿El hecho de que se expanda prescriptivamente
–valga el oxímoron- lo que puede decir un docente en el aula –en temáticas como
las de la materia Política
y ciudadanía, o Cívica, o algunas otras- transforma, en
el acto, la realidad subjetiva de los pibes y pibas? Nuestra primer respuesta
es que no podemos dejar de plantear otra cuestión que está muy ligada a la
cuestión de la “crisis” de las palabras y las imágenes.
Es que lo problemático no es tanto -o no en un primer
momento- la cuestión de los enunciados y los contenidos, sino que lo que hay
que discutir, abrir, problematizar, son las posiciones, planos y lugares desde
los cuales se habla. Se amplía el campo de lo hablable, todo bien… pero se invisibiliza la crisis del
hablar mismo (y obviamente del que habla…) Una
apertura de contenidos en simultáneo a una crisis de la palabra que debe
transferir esos contenidos. A esto nos referimos con las realidades
moleculares, subterráneas, pre-lingüísticas… Podríamos agregar: el orden de lo no-verbal.
Pensemos
como hipótesis: No importa tanto qué decimos, sino a quién, cómo, para qué, por
qué, desde dónde (Rancière dice “el saber es una posición”…),
con qué (palabras, imágenes). Estas problemáticas no tienen lugar en los
escenarios mediáticos ni en los pasillos de los ministerios, ni de muchas
escuelas. Todo parece pasar por el Qué (por los contenidos curriculares y, con el tema de las
nuevas teconologías, también por el soporte o los materiales). El paquete con
las demás preguntas (seguramente más desbaratadoras…)
sigue sin desenvolverse.
No solo viendo los debates sobre el diseño curricular, sino
también pensando en la lógica estatal en general: la imagen que se aparece es
la de un dejar hacer evidente; la imagen de un desierto
a poblar, un campo para experimentar… Y a
su vez, lo real de este dejar hacer –su núcleo invisible- parece ser la cierta
impotencia de la lógica estatal. Esta impotencia se palpa en un aula: las
realidades anímicas, sensibles y corporales de los pibes y las pibas no son
leídas, procesadas ni recodificadas por los ministerios. Esto abre un escenario
de experimentación interesante (el asunto en las manos de los docentes) pero
también muy relativizable es esa apertura si tenemos en cuenta también los
niveles de precariedad institucional-burocrática, del vínculo, del lugar de
enunciación, de todo esto que venimos diciendo: todo lo que se puede decir (me refiero a los posibles,
la apertura de contenidos…)
tiene como piso obstáculos, estratos casi materiales en lo que respecta a lo
que un pibe escucha o dice. Una materialidad compuesta de afectos, deseos,
intensidades que no pasan
únicamente por los
contenidos. Las discusiones sobre los temas a tratar en el aula nunca
intentaron pisar ni mover ese suelo sensible sobre el que “caerán” los
contenidos. También se debe discutir y rechazar cierto cinismo o perversidad
operando en quienes criticaron el diseño con un “Que digan lo que quieran, total los
pibes ya no los pueden escuchar….”.
Cómo evitar esa abulia, como no regodearse en cierta impotencia y complejidad
ambiente…
De nuevo, no es solo una cuestión de temas, unidades
didácticas y saberes a transmitir, hablamos de que en muchas situaciones las
palabras no conmueven, no rozan la experiencia vital cotidiana. O al menos, no
las palabras que circulan en la escuela, no las que atraviesan a los profesores
y directivos. Si pensamos en una crisis de la palabra y del lenguaje en su
dimensión performativa, esta se nos presenta crudamente en la inoperancia de la
voz del profesor, maestro, preceptor, rector… (para ordenar disciplinariamente los cuerpos o para
imponer ciertos temas de interés…
como si el problema no fueran los temas sino el “lenguaje” mismo). Queda
pendiente una pregunta: ¿el reverso de la crisis de la palabra sería la toma de
la palabra (por parte de los chicos…)?
En tal caso, qué sería esto. Porque tampoco se trata de cambiar de sentido de
circulación de las palabras, ni tampoco estamos ante un problema de “comunicación”
resolubre con otros soportes o técnicas de grupo…
El
aula: registros e investigaciones sensibles
El
desfondamiento del dispositivo pedagógico tradicional no puede ser leído
únicamente desde el déficit y la falta, tiñendo cada nuevo suceso de la
nostalgia de la escuela que fue. El caos y los desbordes en las aulas (pero también en las
salas de profesores…) abren nuevas posibilidades para experimentar, pensando
cómo se habita ese caos. “En
la escuela de nuestros padres había respeto… Hoy los chicos no te
respetan”. Este debe ser uno de los enunciados más escuchados en las escuelas,
pero también en la TV y en muchas conversaciones cotidianas. Acá hay algo
potente: la pérdida del respeto como un a priori. El respeto te lo tenés que ganar –como se dice en la calle…-. Ese respeto como valor
(que se traduce quizás en la posibilidad de hablar y ser escuchado…)
está siempre en juego. Todo está moviéndose, todo está en disputa, flotando en
el aula, por encima de las cabezas de todos, no como un aura que emana de la
figura del docente. Esto es importante aclararlo: los pibes hablan, pero
también escuchan. No te pueden dar bola o pueden salir actividades, charlas y
movidas buenísimas. Pero esta situación no es el punto de partida, no es el
suelo del cual se parte ni el horizonte a lograr cueste lo que cueste. Es más
bien lo que se puede lograr. La cosa está en poner esa atención y esa escucha
ahí en el entre. Qué es lo que puede pasar en ese entre.
Un pasaje de época: el respeto como
condicionante de una situación de aula, al respeto como valor en juego
permanentemente en disputa. No hay lugares de descanso simbólico: los pibes te
escucharon solo unos segundos por ser “el profesor”, después hay que ganarse la
atención.
Decíamos al comienzo que habitar el aula no es solo
cuestión de enunciados, sino de realidades sensibles -y agreguemos- de
malestares “desconocidos”. A los cuales hay que abordar, abrir, investigar…. Uno de esos malestares de aula (y
de la vida pibe en general…) es
el aburrimiento (Junger decía que el aburrimiento es dolor diluido en el
tiempo). Aquí hay una cuestión clave. Los pibes se aburren. Surgen nuevamente
interrogantes vitales, ¿Cuáles son las potencias de los aburridos?
Tampoco
se puede dejar de mencionar la realidad “laboral” de los docentes. ¿Cuando en
muchas ocasiones se requiere del docente creatividad, experimentación,
imaginación y disposición afectiva y sensible para con los malestares del aula,
no se está apelando a un voluntarismo desmesurado, un upgrade del
docente-apostolado o sacrificado? Es decir, es también un desafío pensar estas
cuestiones sin que devengan un mero problema de la voluntad y las ganas de los
docentes (con banda de horas repartidas en diferentes escuelas para llegar a un
suelo digno…el docente-taxi).
Por último, un posible método para captar y procesar las
informaciones sensibles que atraviesan las aulas (y las vidas de los pibes y
pibas). Hay dos preguntas que motivan este método: ¿Cómo crear esas cosas comunes sobre la cuales dialogar?, ¿Cómo
invocar también nuestros propios deseos, ganas, inquietudes como “docentes”?,
¿Qué hacer con esa masa de datos vitales con las que nos encontramos en las
aulas? Lo primero que podríamos decir es verla. Darse cuenta de que hay muchísima data sensible que
desborda al dispositivo escolar. Muchas veces nos vemos imposibilitado para leer y comprender otras realidades (que no sean
verbales o discursivas…).
Ya el hecho de dejarse afectar
por esas realidades
es un paso gigantesco.
Esto
no es solo una cuestión pedagógica o didáctica, sino -y principalmente-
sensible. La máquina escolar falla al intentar leer otros registros que no sean
las voces de respuesta a preguntas sobre contenidos. Tendría que poder leer,
escuchar y recodificar otras voces y palabras, otro signos (los que disparan
los músculos y los sentidos agitados), gestos, cruces de miradas y todo lo que
se escapa al aire…
Los
pibes y pibas son núcleos de información (lo saben de memoria los expertos de
la publicidad, lo saben cuando hacen un focus group… no puede ser que no se apiole de esto un docente…). Y
obviamente que para considerar que un pibe o piba porta información vital
potente, hay que reconocer a sus vidas como dignas de ser vividas. El método es el de ver qué onda.
Ver, olfatear, escuchar, tantear qué es lo que pasa en un aula, y entre los
pibes y entre los pibes y los docentes… lo que pasa es realidad sensible que todavía no tiene
palabras o voces, pero que afecta y puebla cuerpos… Ver qué onda… qué ondas sensibles y anímicas que atraviesan cuerpos,
intensidades y flujos (de amistad, sexuales, de amor, de violencia, de
información, de drogas…).
Ver qué onda entonces como punto de partida para perderse en las
experiencias de los pibes, y ver qué onda porque no hay nada escrito
previamente. No hay certezas válidas universalmente. Sabiendo cómo nos
condiciona el marco escolar-institucional que nos contiene. En síntesis, todo
lo que pasa en el aula, tiene que pasar también por el docente. Un docente que
se largue a relaciones con los pibes no-lineales (en términos de avances o
retrocesos, o logros y déficits…),
que intente desplazamientos, fugas, gambetas, desmarques… Y que explote esos momentos de
buenas ondas.
Este
método, vale aclararlo, no es para nada contemplativo. Es, sí, investigativo:
sobre ese ver qué onda/s pasan por el aula y por las vidas de quienes
compartimos ese espacio se monta el aprendizaje, la construcción de un saber
que les sirva (aunque no sea utilitario, o utilitarista) a los pibes, la
construcción de una relación válida con los pibes, sincera, que empuje. Un
docente que también transmita que los pibes “pueden dar más que lo que tienen
para dar” (esta es una máxima “pedagógica” experiencial, existencial,
motivadora, flexible…).
Habrá momentos en que aparezcan las
evaluaciones, los contenidos a dar, los libros de firmas, las actas de
exámenes, la dirección de la escuela, la Dirección de Cultura y Educación, el
Estado, la concepción de la enseñanza que proviene desde la modernidad, etc.,
etc. En esas situaciones se abrirá un abismo: vuelta rotunda desde la
despersonalización, los cuerpos se separan y ordenan, aparecen los códigos de
docente y alumno… en fin, momentos en que se ponen las cosas en su lugar. Estos momentos inevitables
emergerán, y estarán los que gocen de estos instantes y los que los padezcan,
queriendo quedarse habitando ese ver qué onda. Que nos saquen del aula a cascotazos si no nos
encontramos entre estos últimos.
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