Al lado de “educación” solemos escuchar una serie de palabras que van desde que “la cosa así no va más”, hasta que “hay que volver a la escuela que era antes”. Nosotros no vamos a confirmarlas ni desmentirlas. Lo que nos interesa es ver que onda: dar clase es un laburo, si, pero también es una intervención, una manera de componer y hacer mundo en un entorno precario. ¿Qué significa ponerse en conexión con ese territorio vivo que es el aula? ¿Hay una nueva forma de ser docentes? ¿Cómo operan ciertos saberes y códigos que arrastramos de otras experiencias, sean fuerzas generacionales o el género de cada uno? A partir de estas exploraciones urgentes, buscamos enlazar con otras reflexiones y secuencias vividas, para esbozar algunas ideas y puntas de las cuales seguir tirando...

miércoles, 2 de octubre de 2013

Corredores escolares.
Una topología del cuidado





El diagnóstico como intervención

Los “corredores escolares” (en este caso, reflexionamos a partir del corredor José Hernández, uno de los corredores ubicados en Villa Ballester, barrio paquete del partido de San Martín, creado en Abril del 2008 y que comprende 21 manzanas con 12 colegios, tanto privados como públicos, albergando casi 10.000 alumnos), surgen como una intervención urgente frente a un problema determinado Atracos y peleas varias (entre hombres; entre mujeres; entre hombres y mujeres; entre chicos de los mismos colegios del corredor –recordemos que hay colegios públicos como privados-, pero básicamente entre los alumnos del corredor “con los de afuera”). Toda una serie de cortocircuitos que son empaquetados como un problema de inseguridad. Ahí ya tenemos una primera movida en común: la modelación del problema; el diagnostico es ya de por si intervención.

Pero no queda ahí. Se hace necesario hacer algo frente a este problema. La denuncia y la queja cotidiana son insuficientes. No hay solución a la vista: “Esto era un quilombo”, “nadie hacía nada”. Pero la impunidad del delito no se explica solamente por desidia policial, sino que hay un reconocimiento de la impotencia de la misma: hay un desborde estructural y solos no pueden (“faltan patrulleros”, “ellos también hacen lo que pueden”). De ahí que se solicite la ayuda y el compromiso de todos.


La escuela emerge como lugar sagrado a proteger. Los chicos tienen que estar tranquilos. La escuela es para estudiar y aprender. No da que estudiantes, docentes, estén nerviosos si antes de entrar o salir los van a golpear, si les van a robar, o por cualquier otra cosa que pase, porque “puede pasar cualquier cosa”. Hay que asegurar un mínimo de habitabilidad del colegio. Después se verá cómo funcione; primero tiene que existir.


 Vigilancia y prevención

La intervención planeada entonces son los corredores. Su función es prevenir y dar aviso a la policía cuando se detecta algún hecho. La prevención consta de una organización comunitaria de la vigilancia. Se concentra el flujo de gente que se dirige a las escuelas mediante caminos predefinidos, señalados por pintura de colores en postes y carteles colocados por la municipalidad. Al concentrarse la masa de personas en los horarios pico (entrada y salida, por la mañana y la tarde) se ejercen dos procedimientos: por un lado, estar juntos da seguridad. Solos, separados, y peor todavía, detenidos parando en algún lugar, es entregarse a los delincuentes. Por otro lado, se agrupa el objeto a vigilar. Con la concentración de cuerpos, se gana en intensidad de la mirada. Entonces se convoca a que comercios, padres, docentes, agentes de seguridad privada -con la que no todos los colegios cuentan-, patrulleros, como los mismos alumnos, observen, vigilem y denuncien al *911 cualquier problema.

Y primero hay que saber mirar. Y distinguir: en el hormigueo de cuerpos y su frenética movilidad, todo se mezcla. Porque si bien se agrupa el objeto a indagar, en el caos, “los chorritos” se camuflan. De ahí que haya una definición del sujeto problemático bien precisa (atracos y bardo por “pibitos de la villa”) y un saber clínico en identificar, tanto para detectar posibles peligros como también no caer en confusiones que pueden traer algún entredicho (muchos de los chicos que se sospecha que sean pungas, terminan siendo amigos o noviecitos de las pibas de los colegios). En esa ambigüedad contradictoria se reparte la difícil tarea de vigilar: definir a rajatabla para identificar; dilatar la estrechez de la mira para que lo amorfo no pueda pasar.


De comunidad y fronteras

Dijimos que el corredor nacía fruto de la impotencia de diversos personajes del mundillo escolar. La afección de la problemática congrega una comunidad a su alrededor. Hecha de complicidades previas, obvio, también arma otras nuevas. Y activa una suerte de división del trabajo policial: comerciantes, padres, alumnos, directivos, se disfrazan de policías; encargados de vigilar y controlar el flujo de gente para detectar peligros y denunciar. Pero la policía-institución, en función de policías se acoplan a esta movida. También vigilan, pero son los encargados exclusivos de detener y castigar. Entonces tenemos: por un lado, una proliferación de la lógica policial encarnada en varios actores; la policía como aparato coercitivo-estatal deja de ser un engranaje exclusivo en la lógica policial pero tampoco queda fuera del mapa, sino que se activa una composición compleja y contradictoria, pero no por eso menos productiva.

El corredor como una vigilancia organizada debe suprimir el anonimato de las víctimas para conjurar la clandestinidad de los victimarios. Pero ese anonimato como desconexión entre pares, supone eso, ser pares; y aquellos foráneos que se infiltran son virus malignos. De ahí que la férrea organización del corredor como lugar seguro genera proporcionalmente la imagen de que su afuera es un limbo peligroso. Este dispositivo de vigilancia y captura establece una frontera material plasmada por la geografía del corredor. La cual es posible por otra membrana, simbólica en este caso (sendas murallas que se retroalimentan incesantemente). Se va cincelando un nosotros y un ellos. El nosotros se define por esta comunidad de seguridad, y el ellos, en la recurrente expresión “chicos de afuera”. Así, las diferencias entre los de afuera y adentro se agitan más todavía. No hay lugar para lo amorfo, solo en el caso de cómo puedan actuar los de afuera, “los de las villitas de por acá”, pero lo que nunca se pone en duda es justamente eso, quienes son.


Habitar el intérvalo

El problema no es la escuela, sino el trayecto de la casa al colegio. El intervalo es el momento de mayor peligro. Comparándolo con el robo de autos, se reconoce los momentos de entrada y salida como los más jodidos. De ahí que el trayecto es el contexto a intervenir. Los paréntesis, el entremedio, es la zona a cuidar. De ahí que con los corredores se amontonen todos los cuerpos por los mismos lugares, pero que también se les solicite un paso fugaz por los mismos: no quedarse charlando, ni esperando mucho tiempo el colectivo, ni demorarse comprando cosas. Se abre una paradoja: la organización comunitaria del corredor requiere que aquello a cuidar no se relacione. Un lugar fundamental para armar vínculos entre amigos, parejas, o hacer cualquier gilada, como la salida de la escuela, lejos del control tanto escolar como familiar, es interrumpido en pos de la vigilancia (presentada como una perversa idea e imagen de cuidado).


Sobre la subestimación y el poder de la apatía

En la voz de los grandes los alumnos aparecen como colgados, en otro mundo, en fin: pelotudeando. Uno de los factores de riesgo más importantes son ellos mismos; se percibe el comportamiento de la víctima como una de las principales condiciones de posibilidad de éxito del victimario.  Pero uno habla con los pibes y si bien se plantea el problema de los robos, encontramos quejas del funcionamiento del corredor: que no se siente muy presente, que no sirve. También se expresa un escaso interés en el mismo (“ja, ja, yo me cuido solo”, “no le damos bola a esas cosas”).
La escuela se presenta como la institución civilizadora por excelencia, de incorporación de conocimientos para emprender una autonomía como persona. Pero en nombre del “cuidado” se dispone de una intervención que requiere chicos programados como bebes, donde la educación al final los embota Se podría decir que “los salvajes”  (esto es textual) aparecerían mas avispados, curtidos en el manejo de un saber de cómo zafar de obstáculos, entre ellos, de los mismos padres, directivos y hasta oficiales de policía que arman el corredor. Por otro lado, la apatía e interferencia de muchos pibes de los colegios con el corredor, seria un gesto fuerte, de desconexión de una movida que sienten que los despotencia. Dijimos que hay lazos cotidianos que unen a pibes de las escuelas con los de otros barrios (partiendo al medio esta falsa dicotomía) pero es indudable que también hay diferencias, que posibilitan los afanos. Sin embargo, y sin querer dar definiciones desde afuera, es difícil no percibir un hilo conector entre los guachines que roban manifestando un saber callejero de gambetear controles como de los pibes que rechazan la normalización de la lógica del cuidado paterno-policial.


Efectividad y Productividad

La percepción de la intervención de los corredores por parte de aquellos que lo organizan, es la baja de robos (“antes era un quilombo”, “acá se robaban 100 celulares por día”). El corredor algo sirve. Pero cuenta con problemas; los mismo problemas que aquejan a cualquier intervención hoy día: la indiferencia (“la mayoría de los padres no se calientan”), poca atención (“los chicos boludean”), el desgano (“algunos dicen que ayudan, pero una sabe que no se ponen mucho las pilas”) como el temor (“hay otros negocios que ayudan, pero no ponen el cartel por miedo”). A todo esto recordemos lo que decíamos de cierto desdén y hasta indiferencia de alumnos por la intervención.
Pero además de la eficacia del corredor, hablemos de su productividad: la forma de vida que pule, el tipo de sincronización de las emociones que necesita para funcionar. A partir de cómo formula las afecciones y la maquinaria que pone en marcha para intervenir en ellas, se genera una concepción de encarar situaciones en clave de seguridad frente a un peligro. Seguridad o vigilancia entonces como una serie de saberes y sensibilidades en relación a una lógica policial, tal como una mirada vigilante y paranoica del entorno vital; seguir ensanchando surcos en las fronteras subjetivas que se erigen entre “los de afuera y los de adentro”. Seguridad o vgilancia que, insistimos, aunque no lo tengamos bien claro, no es lo mismo que “cuidado”, al menos, que un cuidado inmanente, que no conciba al otro como enemigo o peligroso, sino que parta de otra forma de cincebir un “nosotros” y de otras lógicas de intervención ¿Qué implicaría la puesta en juego de un cuidado, qué vidas y formas de andar generaría o requeriría? ¿Qué puede la escuela como lugar productor de un cuidado de este tipo? ¿Qué ya hay en la vida de los pibes y pibas que pueblan los colegios que nos pueda permitir imaginar una red de cuidados desde esta otra lógica?

El corredor nace del temor del barrio. El miedo como cauce, pasión que terminará organizando, traduciendo las afecciones del lugar y las estrategias emprendidas.  Imaginamos que una lógica del cuidado partiría no ya del miedo al otro sino al reconocimiento de una diferencia con ese otro, pero una diferencia leida y tramitada no temerosamente sino respetosamente, cuidadosamente (que no implica una aceptación light o un “descuido” ingenuo). Habrá que ver si hay estrategias en este sentido en los pibes, en su cotidiano en las escuelas, aulas, recreos, trayectos ¿cómo tramitan y traducen ellos los “diferenciales” (de potencia, de saberes, etc.) que hay entre los pibes? (He aquí una punta para una investigación mayor).


Es más que claro que se presenta como desafío político el desarmar estas corrientes de época que formulan respuestas (vigilancia, control, seguridad) a preguntas que pululan por la ciudad y se conectan fácilmente. Deshilachar el formato de seguridad ante afecciones y cortocircuitos cotidianos, y una suerte de llamado a participar, entre todos, a solucionarlos, a inventar otros cauces a esos problemas, otras lecturas. 

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