El Docente
bicho: una figura de constitución en lo precario
1- Estado de situación
Segundo año. Treinta y ocho guachines.
Horario de tres y cuarto a cinco y cuarto de la tarde. La materia, Construcción
de la Ciudadanía. Termina la hora y los pibxs se van para la casa. Escuela
privada subvencionada que si bien es barata no la paga nadie. Barrio de San
Justo.
No hizo mucha más falta que las dos
primeras clases para saber que el aula era pura dispersión. Había un hiato
inmenso entre el aula y una clase. No es un aula con cortocircuitos frecuentes,
que en la mayoría de los casos de arreglan, con intervención del profe o
algunos chicos, sino que directamente el aula era un caos con pizcas de clase.
En el curso que les comento, la presencia
de lo precario es muy intensa, medido en relación con el desfasaje entre las
expectativas que circulan y lo que efectivamente acontece. Hay muchas experiencias
e ideas diferentes de lo que debería suceder.
El aula por lo tanto no es un espacio
común y no hay autoridad para hacer clase.
Dato no menor: el docente como eje articulador, orquesta lo que pasa; pero hoy
el educador bancario tan criticado, hace lugar al docente- fantasma. Si bien
podemos criticar ese rol bancario, hoy ya de hecho tambalea; en escenarios como
los que comentamos, con índices de precariedad tan altos, somos volados de ese
lugar.
Pero vale decir que toda el aula es un
archipiélago. No es un continente separado del docente con vida propia, sino
que expresa astillas de grupitos en medio de la indiferencia, peleítas boludas
y otras más jodidas, abundando la conexión con el afuera digital. “No nos
peleamos siempre. Lo que pasa es que acá hay muchos grupos y nadie es amigo con
nadie”, me decía Araceli.
A esto se suma la presencia recurrente de
la regente por los pasillos -la dirección está al lado del aula-con diferentes
intervenciones: llamamientos al silencio y amenazas para los chicxs, como charlitas
conmigo para ver qué pasa con intercambios que tomaban temperatura y algunos casi
terminan en discusiones…
¿Qué hacer? Dejamos de ser docentes –con
todo lo bueno, con todo lo malo- para ser casi
un adulto entre pibes viendo que onda. De ahí nace una figura: el Docente-bicho.
2- Croquis del Docente-bicho
El Docente-bicho aparece como una figura
armada desde la inmanencia de lo que acontece; una máscara incipiente forjada a
partir de lo que transitamos en la escuela.
Como ya explicamos, se da por sentado la
imposibilidad tanto de coordinar lo que se hace en el aula, como de intentar armar
algo entre todos. No es posible el docente que presupone lo que hay que hacer,
llega al aula, lo despliega y busca que los demás se adapten, como tampoco alguien
que se abre a los demás y busca qué hacer todos juntos onda asamblea.
La vuelta que le encontré fue dictar una
serie de consignas, trabajar con unas fotocopias que sacaron un par desde
principio de año y que entreguen lo que hagan, como trabajitos sobre temas que
eligen ellos dentro de un eje general dado por mí. Actividades que hacen
algunos nomás, en una onda mecánica de “hagamos que hacemos”. Imposibles los
debates, las exposiciones, ver una peli, o cualquier otro tipo de actividad que
implique una integración general de los chicxs. De hecho, el dictado de
consignas es grupo por grupo, zonas por zonas –para lo que tienen carpeta, o
directamente para aquellos que de vez en cuando tienen el hábito de tomar una
hoja y disponerse a copiar-.
La verdadera
clase es otra. Me mando a recorrer el aula, visitar los grupos, charlar con
ellos buscando acoplar. Nace otro tipo de presencia: pasar entre escombros como
mesas en grupo, pilas de mochilas, bocha de sillas en una misma mesa…Por eso le decimos bicho.
Hablamos de Docente bicho por meterse en
los recovecos y morder la indiferencia sensible con uno. Por parasitar lo que
hacen los pibes: meterse, preguntar, probar diálogos, reírse. Por anfibio: ser consciente
de su carácter fronterizo y embrionario como algo permanente, no como
transición a otro cosa -su existencia se constituye y reproduce en las orillas-.
Ser profe ahí es el devenir de ser un entre. Pero no es un entre para vigilar
que se cumpla lo que se ordenó o ayudar para que se efectúe lo que se arregló
democráticamente en un ante. El recorrer los intersticios áulicos, navegar por
los recovecos del archipiélago, dispara de todo: charla futbolera, risas,
preguntas existenciales, usos tecnológicos, secuencias en el barrio. No deja de
existir la cultura letrada: pibxs lectores que te preguntan quién es mejor, si
Poe o Lovecraft, o un chaboncito cebado con las guerras mundiales.
Y que quede claro: lo que surge de estos encuentros no es materia prima para una clase
futura, sino que es la clase. Lo que ocurre finalmente con la clase es la
dinámica de estos grupos por fuera de la clase común (mas allá de algún reclamo
de “hablemos entre todos”, o “que vamos a hacer hoy, profe”).
Clase que implica en muchos casos un intenso
aprendizaje para nosotros docentes, como también que nuestros saberes
funcionales son infinitos y no tiene sentido preparar una clase típica, o una
con diversos planes por si alguno no funciona. Casi diría que se trata simplemente de llevar
nuestra existencia al aula: lo que sabemos de futbol, de filosofía, del mundo
del espectáculo, como también de experiencias personales.
Tras la legitimidad que emerge a los
tumbos tras la interacción cotidiana con los diferentes clanes, vamos arreglando
problemas entre los chicxs, evitando que estallen peleas a piñas en algunos
casos, entre pibes como pibas, como evitando también el desborde ante
secuencias tales como pibxs que se
escapan del aula, guerra de mochilas, o jugar a chocar las mesas. Un ejemplo: el
otro día una piba me decía “que forro estas hoy!”. “Mira” –le contesté- “no se
enojen chicas pero hoy no tengo ganas que me rompan los huevos, ok?”. A lo cual
me contestaron “Bueno, está bien…”
Estos retazos de jurisprudencia indican
lo vacío y absurdo de las retóricas curriculares de las Construcciones de Ciudadanía:
alumnxs con pensamiento crítico, prestos al debate, espíritu investigador y la
función docente de saber aprovechar estas situaciones, o en el peor de los
casos, despertarlas.
3- ¿Toda regularidad es un mandato?
Buscamos sincerar las coyunturas. Partir
del mapa exacto, reconocer los umbrales de posibilidades. No solamente es un
problema proyectar imágenes erróneas al aula –como “la de antes” o la que sea-
sino también con respecto a nosotros mismos. Indispensable hacernos preguntas
tales como ¿Qué hacemos acá? ¿Qué podemos armar? ¿Hacia dónde vamos? ¿Con quién
jugar?
Un sinceramiento que implica reconocer lo
que vivimos en el aula como lo que existe: que no sea como pensamos que debería
ser no implica que no sea. No hay tiempo para lamentos, sino que es el terreno
donde nos toca jugar.
Sí se plantea el problema de qué hacer.
Negando cualquier mandato imperativo, buscando despejar presunciones ligadas a
un deber ser, nos preguntamos cómo andar donde estamos. Para el docente bicho
es clave recuperar cierta confianza, gestos compartidos, conversaciones que se
interrumpieron o terminaron pero sabemos que requieren ser retomadas. Bancar estas continuidades es clave para sostener su
figura y parte del territorio conquistado.
Entendemos que un desafío es encontrar
regularidades en la dispersión sin reproducir mandatos. No alcanza con la
huida, los desplazamientos profanadores. Personajes como el docente bicho son
una mutación del docente tradicional, donde se cocinan nuevas imágenes del mundillo
educativo, sin trazos finos aun, es cierto, pero cargados de una potencia que
no podemos despreciar.
Un andar que no puede estar escindido de
nuestros propios deseos. No todo lo que nos dicen o hacen los pibxs nos
interesa. Por eso es indispensable salir de los discursos que buscan acomodar a
los pibxs a los manuales del buen hacer escolar, como también, de la demagogia
que respira el culto a los chicxs, donde se margina la existencia de aquel que
ocupa el rol docente, como si su existencia ahora fuera la que no expresa razón
de ser alguna. Y en este plano es clave lo institucional: ¿qué significa ser
docente? ¿Hasta qué punto es válido reproducir, exprese la forma que exprese, ese
rol?
Los entornos institucionales confabulan
muchas veces en torno a estas preguntas. Como vendedores de nuestra fuerza de
trabajo, nos encontramos muchas veces con un rol triste que nos toca asumir,
donde secuencias que bancamos no podemos bancar: (por que no el choque de
mesas, cual contienda de caballeros medievales, parece divertido…).
Paradójicamente, en espacios tan cargados
de precariedad se hace más necesaria que nunca la chance de experimentar, no siempre
legitimada por la mirada ortodoxa de la institución, pero a su vez cualquier ensayo
requiere de apoyos institucionales para recibir tributos que lo fortalezcan. Las
iniciativas individuales, potentes en su lógica pero débiles por lo
embrionarias, peligran de naufragar, entre otros motivos, por lo desgastante de
la dinámica áulica y el queme de cabezas (de hecho, desde las vacaciones de
invierno la regente de la escuela está de licencia –“lo que pasa que Mirta está
podrida”, me explicaron por ahí-).
La figura embrionaria del docente docente-bicho es un intento de habitar lo
escolar en este contexto. Imagen que busca sistematizar experiencias áulicas
que capaz sirvan para inspirar secuencias similares, o permitan observar
continuidades con inquietudes y preguntas parecidas, escapando de la queja
nostálgica, victimización auto-referencial, o de la crítica tranquilizadora que
denuncia lo que no ya no puede ser, pero sin el ímpetu creativo de intentar
hacer algo con eso que hay.
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