Al lado de “educación” solemos escuchar una serie de palabras que van desde que “la cosa así no va más”, hasta que “hay que volver a la escuela que era antes”. Nosotros no vamos a confirmarlas ni desmentirlas. Lo que nos interesa es ver que onda: dar clase es un laburo, si, pero también es una intervención, una manera de componer y hacer mundo en un entorno precario. ¿Qué significa ponerse en conexión con ese territorio vivo que es el aula? ¿Hay una nueva forma de ser docentes? ¿Cómo operan ciertos saberes y códigos que arrastramos de otras experiencias, sean fuerzas generacionales o el género de cada uno? A partir de estas exploraciones urgentes, buscamos enlazar con otras reflexiones y secuencias vividas, para esbozar algunas ideas y puntas de las cuales seguir tirando...

martes, 17 de mayo de 2016

Qué viva el fútbol
La escuela y las pasiones





1-    Escuela futbolizada

Entro al aula. Lunes doce del mediodía. Ciudadela. Hasta las trece dando sociología. Quinto año. Saludo a todos. Hablo con unas pibas de adelante que vienen a saludar. Espero un toque para empezar. Mientras, saco las cosas. Y llega el momento:

-Bueno chicos, saquen la carpeta
- Nooooooo!!!!, ruge el coro de siempre.
-Yo me río. “Vamos chicos, vamo”
-“Hoy no hagamos nada profe”, dice Stefano. “Vení, hablemos de fútbol”

La escuela esta descolarizada. Los chicos que van a la escuela no actúan como alumnos y los profesores no pueden enseñar como dicen los manuales de la buena escuela –sea tipos fachos o progres, lo mismo da-. La escuela: una institución que ya no escolariza, y si lo hace, todo medio a los ponchazos. Sin embargo, es un lugar donde pasan cosas. Incluso, actos de aprendizaje.

Una de estas cosas que pasan en la escuela es el fútbol. Vidas futbolizadas; de los pibes, seguro, pero nuestra también. Si hay un hilo conductor intra- generacional entre nosotros y los pibxs es la futbolización de la vida (que si bien se encarna mayoritariamente entre varones, las pibas se van sumando a este continente existencial…).

Decimos vida futbolizada porque el fútbol está siempre ahí: la cancha, partidos entre amigos, la play, programas deportivos, pilcha, grupos del feis, charlas en cualquier lado. Motivo de conversación, gastada, intercambio de información, alegría; el fútbol es un tema. Pero cuando hablamos de vida futbolizada vamos un poco mas allá: el fútbol genera formas de expresión (maneras de hablar, reírse, mover los brazos, agitar); fábricas conceptuales (sueldos europeos, pechear, vender humo); y modelos valorativos  (mala leche, llorón, tira bomba). La futbolización hace del fútbol una usina de afectos que configura formas de vida.

Por eso el fútbol no aparece en la escuela exclusivamente como algo que los chicxs hacen en gimnasia, un problema de investigación de alguna materia, o lo que se charla algún ratito con un profe copado. El fútbol es un ethos, una atmosfera pasional que envuelve los cuerpos plasmando expresiones, conceptos y éticas. Ahora se entiende cuando decimos que la futbolización pasa en las escuelas; los colegios son inundados por sensibilidades que no se dejan encuadrar bajo la norma escolar. Dentro de ese caudal salvaje, viene la futbolización de nuestra existencia.

Año 2014. Jornadas mundialeras. Juega Argentina. Las escuelas ponen pantallas en los patios y televisores en las aulas (haber si los chicos faltan a clase…). Con el barniza didáctico de un momento de excepción festivo para que los pibxs disfruten y hagan algo juntos, se acepta el cambio de calendario. Pero la excepción es otra. Lo poco común no es que se suspende la escolarización al abrir la escuela al fútbol, sino que la futbolización irrumpa escolarizada (muchos pibes no se juntan a verlo en la casa sino que lo ven en la escuela bajo la manera impartida por el colegio, lo cual habla en este caso de una escuela como morada).


2-    Escolaridad, entretenimiento y traducción

En la escuela clásica el entretenimiento era la forma de ocupar un entre.
Entre momentos firmemente estructurados de una rutina en serie, había tiempos de descanso. En ese descanso algo había que hacer. El recreo es el máximo ejemplo. Momento rutinizado donde había juegos, carcagadas, cuerpos que corrían…  Espacios de desconexión para tomar una bocanada de aire y cargar energías.

Durante la estadía áulica también había entre-tiempos. En el aula había un tiempo de trabajo -leyendo, escuchando al profe, haciendo algún trabajito-, tiempos muertos –lapsus fugaces como sacar la carpeta, buscar una lapicera, terminar temprano la clase-, y tiempos libres –faltó el profesor, últimos días del año-.

En los tiempos muertos y libres, esos instantes se ocupaban con actividades que funcionaban como entretenimiento: jugar a las cartas o lo que sea, hablar de cualquier cosa, moverse por el aula… El problema era la expansión de esos instantes y su invasión a otras geometrías temporales –los tiempos de trabajo-. Ahí eran leídos como joda y se recortaban en pos del aprendizaje, del trabajo en serio.

En la escuela de hoy los pibes hacen la suya. Copan. El entretenimiento se expande a límites insondables. Tanto, que ya no es un entre-lo-que, sino casi-todo-lo-que-es. Y la futbolización es parte esencial de este jolgorio.

En los intersticios de esa aula entretenida hay porciones de la típica clase; algunas más grandes, otras solo una pizca. Esto es importante: sabemos que cuando hablamos de escuelas hablamos de una gran heterogeneidad. La indiferencia  a los ritmos y sus fronteras tradicionales se juegan en diferentes niveles e intensidad. Negociar con los pibxs media hora de joda para hacer algo al principio, o procurar que no salgan del aula y se escapen y deambulen por la escuela todo el tiempo, son escenarios distintos.

En las coyunturas actuales es imposible que la escuela escolarizada se nutra de la futbolización como algo ajeno que busca digerir para fortalecer su propio sistema. Tampoco es posible que haya una traducción de la escuela a partir del encuentro radical con ese otro futbolero en sentido de abrir nuevas derivas insospechadas y trasformadoras de la estructura que organiza lo escolar.

Nuestra hipótesis: si decimos que la escuela sufre una sangría de escolaridad entonces no hay posibilidad de traducción en sentido de  hacer propio lo ajeno, de una reconfiguración del mapa escolar pero manteniendo estables sus bases típicas. Pero menos todavía de un devenir salvaje pos choque con la futbolización, activando su carácter mutante modificando sus coordenadas tradicionales.

Para un caso o el otro, debería existir una diferencia entre la escolarización y la futbolización, un pliegue interno propio de la escuela que se distancie en su dinámica de un afuera futbolero. La escuela y el fútbol deberían ser territorios contiguos, con un tráfico clandestino o reconocido oficialmente, pero partiendo de geometrías diversas, cada una con sus propios códigos.

Lo que tenemos es choque, mezcla alocada, capturas inesperadas…. Una sensibilidad social como la futbolización que se diluye en las arterias gastadas de una institución arrasada. Una escuela que no escolariza, pero que parte de una lógica que si bien no funciona, presiona. Y en ese accionar sin eficacia -pero accionar que no puede dejar de considerase ya que continua generando efectos -, hay fuerzas que copan la escuela –de la futbolización hablamos-. Pregunta: ¿Qué hacemos nosotros en medio de todo esto?


3-    Nosotros en las escuela futbolizada

De ciertas miradas nos queremos desplazar con respecto a la futbolización de las escuelas. La primera es aquella que expresa un asco por la misma. El otro día una docente se quejaba de lo mal educados de algunos chicos por que gritan y golpean la puerta del aula cuando llega para dar clase. No se da cuenta que es un recibimiento copado, tribunero.

Tampoco catalogarlo de pavada, lanzando esos latiguillos tan conocidos por todos: “acá no se puede dar clase”, “no prestan atención, no escuchan”. Mentira. Se prestan atención entre ellos y se escuchan lo que dicen entre ellos; muchas veces, dentro del ethos futbolero.

La segunda asimilación de la escuela sobre la futbolización que rechazamos, es la del gesto valorarla como saberes previos, materia prima para darle vida a las clases de siempre. Como dijimos arriba, se busca traducir la futbolización a los términos escolares, los cuales están oxidados, y a su vez, muchos de sus principios rectores, funcionen o no, son por lo menos cuestionables –autoridades ortibas, centralidad absoluta de la palabra, etc.-.

Algo importante: si bien cuestionamos diversas maneras de cómo la escuela se planta frente a la futbolización, no moralizamos la misma bajo ningún aspecto; ni como algo negativo, pero tampoco la bancamos linealmente. Sabemos de sobra que sobre futbolización de la vida  cabalgan el racismo, ilusiones de estrellato narcisista y vida boba, machismo, humor sádico, el conocimiento reducido a su faceta informativa, morales binarias que polarizan cualquier reflexión, y más.

La futbolización también recorre arterias extra-deportivas. Técnicos súper ganadores como Bianchi, Bielsa, Ramón, que brindan charlas sobre liderazgo para grandes empresas. Jugadores-ídolos protagonizando publicidades para multinacionales de gaseosas o autos. Dirigentes que ungidos por el carisma proveído por el fútbol se arrogan a la arena política: Macri, Raffaini, Russo, próximamente Lammens. Gestión empresaria, discursos mediáticos, incursiones electorales: la futbolización es traducida una y otra vez por estos mundos de lo social.

En el mismo ámbito del fútbol profesional los pibxs son un interrogante. Las palabras de jugadores  veteranos y encargados de manejar el vestuario que se la pasan sermoneando sobre sus compañeros más púberes, son un lamento corriente.

Como docentes sabemos que el rol de por si no genera una relación con los pibxs; ese vinculo hay que armarlo. Artesanía que se nutre de la materialidad de los afectos compartidos. Y nosotros constatamos una y otra vez que la futbolización es una sensibilidad en común con el piberío.

El desafío es cómo nos movemos nosotros en este contexto, bancando de una este escenario sin caer en la reacción escolar de la escuela, pero tampoco agitando una demagogia agilada ante las mareas afectivas que fluyen por las aulas, que si bien contribuyen a crear y bancar un vínculo con los pibxs, muchas veces esos encuentros quedan congelados en los códigos futboleros mediáticos, sin dar pie a preguntas que incomoden nuestra vida futbolizada como nuestra existencia en general. Pero de lo que estamos seguros y que nadie nos corre, es que el desafío de armar movidas de aprendizaje no escolares desde ondas emotivas como las futboleras, es un problema político y pedagógico que buscamos pensar.


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